Deseo satisfecho

23.05.2013 19:17

Siempre fue muy alta. Excesivamente alta. Desproporcionadamente alta, o esa es la impresión que ella tenía de sí misma. De pequeña ya era la niña más alta de la clase. Eso provocaba constantemente comentarios del tipo: "Parece la madre de todas ellas", "Es enorme". No es que fuera malo, eso lo sabía. Pero era raro. En su comunión el comentario más repetido fue "parece una novia". Algunos pretendían convertir la situación en algo fabuloso: "Seguro que serás una gran modelo o actriz...". ¿Modelo? No quería ser modelo y, por qué motivo va a tener que ser alta una actriz. "Ya pararás de crecer", le decía su madre a los 15 años, levantando mucho la cabeza para poder verla bien. Pero cada mañana sus pies sobresalían un poco más de su cama. La cosa no parecía mejorar. Además estaban los convencionalismos: todos daban por hecho que debía buscar una pareja alta. Más alta que ella incluso. Pero, estas cosas pasan, se enamoró de un chico que apenas le llegaba al hombro. Él, avergonzado, la adolescencia es lo que tiene que todo resulta vergonzoso, intentaba ni siquiera acercarse a ella para no parecer un "pigmeo", le decía a sus amigos más íntimos. "Es guapa, pero es demasiado alta. Parece una torre". Sentada en su cocina, comenzó a llorar amargamente. No entendía porqué la vida era tan injusta con ella y la obligaba a rozar la luna con sus cabellos cuando ella anhelaba, más que nada, ser 'normal'. Incluso 'bajita', se decía. Frente a ella, en la mesa redonda dónde comían, una cesta de verdura parecía retarla. Las zanahorias, las más gallardas, le decían a gritos "cómenos". Y ella pensó: podría ser que con cada mordisco de zanahoria encogiera un poquito. Y mordió una hermosa zanahoria de un naranja intenso y retador. Estaba sabrosa. Dio otro mordisco, y otro, y otro más. Se sentía extrañamente bien. Feliz. Y, también, se sentía un poco más pequeña. Se levantó para mirarse al espejo y se dio cuenta de que los zapatos le quedaban grandes, la falda le caía un poco y el jersey le venía demasiado ancho. Sorprendida, comprobó al enfrentarse a su reflejo que había encogido al menos quince centímetros. Si comía algunas zanahorias más alcanzaría la altura justa para estar a la altura del chico que le robaba el sueño. Y cogió otra hortaliza y se sorprendió mordisqueándola como si fuera un conejo. Cuanto más comía, más feliz se sentía. Era una sensación indefinible, única. Y siguió comiendo una zanahoria tras otra porque no podía parar de hacerlo. Por primera vez en su vida se sentía bien consigo misma.  Cuando su madre llegó a casa y no la vio, no le dio importancia, pensó que habría salido. Pero cuando, al pasar las horas, se dio cuenta de que no regresaba se alarmó y avisó a la Policía. La buscaron en todos los rincones de la ciudad, en los hospitales, en las pensiones, en los hoteles, en el metro... pero no apareció. Nunca apareció. Durante años, un buen observador, podría haberse dado cuenta de que todas las verduras de la casa tenían pequeñas muescas. Diminutas. Pequeños mordiscos prácticamente invisibles. Era Alicia intentando descubrir cuál sería la verdura que le permitiría volver a crecer.