El golpe

27.05.2013 19:21

La gente se amontonaba en la calle y las luces navideñas incitaban a los viandantes a consumir. Lo recordaba como si fuera ayer, y eso que podrían haber pasado unos treinta años o incluso más. Subido sobre los hombros de su padre miraba fascinado la cabalgata de Reyes, acababa de pasar Gaspar y esperaba, como la mayoría de los niños de la época, la inminente llegada de Baltasar, el soberano que fascinaba a los más pequeños de la casa. Justo a su lado un padre también llevaba a su hija pequeña subida sobre los hombros. Era rubia, pecosa y tenía los ojos azules. Tenía los ojos más azules que había visto nunca. También es verdad que con tan sólo cinco años no se había fijado demasiado en los ojos de nadie. Le faltaban casi todos los dientes pero, aún así, era una niña preciosa. Tal vez por eso se fijó en ella, pero no era por eso por lo que aún la recordaba tres décadas más tarde. Fue precisamente al pasar la carroza de Baltasar cuando ocurrió. Una de las "duendecillas" que iba en la carroza, una chica de unos quince años (tal vez hija o sobrina del concejal de turno, aunque eso no se le podría haber ocurrido por aquel entonces) lanzaba caramelos a los niños como si la vida le fuera en ello. Sin mirar. Sin cuidado. Sin atención. En uno de sus atrevidos lances, el caramelo que voló por los aires, de fresa para más señas, fue a aterrizar con toda su fuerza en la frente de su joven vecina de cabalgata. Un abismo rojo se iluminó en su frente, fruto de la velocidad adquirida por el dulce durante su vuelto. En efecto, el impacto generó de manera inmediata una herida visible por todos. La niña, lejos de empezar a llorar, tal y como él había previsto dada la dulzura de su carita y el azul intenso de sus ojos (no tenía nada que ver pero él tenía cinco años), frunció el ceñó y miró a la duendecilla de una manera muy rara. En aquel entonces no hubiera sabido describirselo a nadie, ni siquiera si se hubiera atrevido a hablar de ello con alguien porque no le hubiera creído. Ahora definiría su mirada, sin dudarlo un instante, como la mirada más atravesada del mundo. La más iracunda. La más letal. Cuando los ojos de ambas se encontraron, porque lo hicieron, la joven no tuvo tiempo de reaccionar. Antes de que se diera cuenta su cuerpo se evaporó. Delante de los ojos de todo el mundo se convirtió en humo pero nadie pareció darse cuenta de lo ocurrido. "¿Te ha hecho daño cariño?", le preguntó el sólicito padre a su hija. "Más le ha dolido a ella", contestó la pequeña en voz muy bajita, y más alto, añadió. "No papi, mira Baltasar...". Luego las miradas de los dos niños se cruzaron y ella le sonrió. Él, fascinado, temblaba sin querer. Esa noche Baltasar le trajo más regalos que nunca, pero no fue por los regalos por lo que nunca olvidó ese 5 de enero.