El televisor

10.05.2013 20:45

Llevaba horas delante de la pequeña pantalla. "Apaga ya la televisión y sal a la calle a jugar", gritó su madre. No la escuchó. O tal vez sí, pero no hizo caso de su consejo. No podía. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser capaz de tomar ese tipo de decisiones. Los colores chillones de la pantalla, las voces agudas, las historias absurdas, pensadas para niños de su edad, ocupaban ya todo su ser. Eran su realidad. Un mundo imposible sin problemas de adultos. Sin gritos. Sin enfados. Un mundo en el que todo lo que se rompe se recompone por arte de magia. "Apaga la televisión". La voz de su madre era un rumor lejano, amortiguado por el ruido ambiental de la sala. De repente, la fuerza de la luz que se adentraba en la habitación, esa luz fuerte y calurosa de los mediodías del verano, comenzó a matizarse, a escaparse. Antes de darse cuenta, una oscuridad total le rodeaba. No podía ver nada. No podía ver a nadie. No sabía dónde estaba, y a lo lejos, muy lejos, escuchó la voz de su madre. "¿Dónde se habrá metido este niño que se ha dejado la tele puesta?". Cuando oyó como su madre apagaba el aparato, las voces y los colores chillones volvieron. Nunca más dejaron de estar con él.