La ducha

08.10.2013 11:47

Adoraba ese momento. Soñaba durante todo el día con ese instante en que, al terminar la jornada diaria, se introducía en la ducha y sentía el agua fría resbalar por su piel. Siempre había tenido ducha. Mucho antes de que las politicas de ahorro medioambiental apostaran por renunciar a los largos baños de espuma en beneficio de duchas rápidas y ecológicas, ella ya había hecho su propia apuesta por la ducha. Desde muy pequeña sintió el contacto explosivo con el agua como algo especial. Pequeñas inyecciones de vida que poco a poco se filtraban en su cuerpo para purificarlo, para oxigenar su mente... para limpiar su piel de las impurezas que dejaba en ella la vida. Porque, reconozcámoslo, la vida es un lugar sucio, ruín, lleno de miedos, horrores, inseguridades y mentiras. La vida mancha. El agua purifica. Ella lo sentía así. Era una mujer limpia. Impoluta. Perfecta. Daba igual lo que hubiera hecho, sentido o deseado,cada noche el primer impacto del agua helada, fuera verano o invierno, contra su piel, era el revulsivo perfecto contra todas las cosas dañinas que componían su monotonía. El jabón, el agua y la esponja borraban de su cuerpo los malos sentimientos, los recuerdos no deseados, las lágrimas vertidas. Cuando acababa, y se envolvía en una calida toalla limpia, le daba la impresión de que nada malo había pasado y se iba a la cama sintiéndose una persona nueva. Un ser humano recién hecho, inocente. Aquella noche, todo era normal. Entró, como siempre en la ducha, y dejó deslizarse sobre cada rincón de su cuerpo el agua helada, invadió con aromático jabón los rincones más ocultos de su anatomía y se dejó mimar por la fría caricia del agua. Disfrutaba del momento, como siempre, con los ojos cerrados, sabiéndose ajena a todo lo que no deseaba conocer, cuando sintió que algo iba mal. El agua caldeada se hacía más y más espesa, al abrir los ojos descubrió que no era agua, sino barro, y el barro se transformaba en sangre. La ducha, maloliente, no filtraba las impurezas que parecían caer de todos los rincones del baño. Todo lo malo del mundo, todo aquello que había olvidado, volvía ahora a ella para sepultarla bajo su peso. No era capaz de salir de alli, su cuerpo se negaba a moverse. Su mente, horrorizada, no acertaba a tomar la decisión correcta. Las mentiras, los engaños, los desaires, los malos pensamientos volvían a ella. No hay engaño que dure cien años. No hay nadie que lo pueda soportar. Sólo al aceptar lo que ocurría, al reconocer que la vida era suciedad con intensos momentos de pureza, la realidad volvió a su cauce, y sus miedos regresaron a la jaula oculta en que siempre habían estado enterrados. Sólo al enfrentarse de cerca a la podredumbre, había recuperado su paz. Y el agua volvió a correr nítida, transparente, helada, pero nunca volvió a ser lo mismo. Nunca volvió a sentirse limpia.