La fiesta

06.09.2013 18:23

Llevaba semanas soñando con aquella fiesta. Tenía tantas ganas de ir. Tantas. Ansiaba que llegaba el día para vestirse con la ropa nueva que había comprado, pintarse con especial cuidado, y estar más guapa que nunca. Para verle, pero sobre todo, para que él la viera y no pudiera olvidar nunca esa primera imagen. Tanto tiempo soñando con él, días, meses, años... tanto tiempo esperando la oportunidad para conocerlo. Esa sería su noche. Lo sabía. Tenía una certeza absoluta. Durmió mal. Inquieta. Era lógico, pensó. En cualquier caso, sus dieciseis años le permitían eludir cualquier huella de sueño en la cara. Estaría preciosa. No le cabía duda. El día pasó un poco como en una nube. No escuchó prácticamente lo que le decían sus padres. No le hizo caso a su hermano. No pudo atender a lo que le decían sus amigas. No podía pensar en nada más, en nada que no fuera la fiesta. Comenzó a arreglarse a las seis de la tarde. Se depiló, se hizo la manicura y la pedicura, se duchó y se lavó el pelo, después se lo alisó y se maquilló con especial cuidado. Cuando llegó la hora de que sus amigas pasaran a por ella, estaba preparada. "¡Qué guapa te has puesto!", le dijeron sus padres. Sonrió. Los nervios apenas le permitían hacer otra cosa que esbozar una sonrisa insegura. De camino a la fiesta, todas sus amigas parloteaban a la vez, todas y cada una de ellas llevaban la cabeza llena de sueños por cumplir, de deseos potenciales. Muchos quedarían insatisfechos, otros llegarían a su fin. Y el suyo sería uno de ellos. Lo pensaba con esa seguridad que sólo es posible cuando los años no han mostrado la huella de la decepción, del fracaso, del dolor. Lo pensaba con la candidez con que creía que era imposible que algo que se deseaba mucho no se cumpliera. Demasiados cuentos de princesas en su infancia. Demasiadas promesas que, inevitablemente, debían quedar insatisfechas en la madurez. Cuando llegaron a la puerta del local le temblaban las piernas como nunca le habían temblado antes. No podía ni hablar. "Venimos a la fiesta", le dijeron al portero. "¿Reservaron entrada?", preguntó él. "Sí, la compramos por Internet", dijo la más resuelta de sus amigas. "Dejadme vuestros carnets. No estáis en la lista, no podéis pasar", dijo al comprobar sus nombres. "No puede ser, compramos la entrada hace meses". "Pues os han engañado. Tendréis que reclamar mañana", dijo cerrando de un portazo. A lo lejos, antes de que la puerta apartara de su vista el interior de la sala, lo pudo ver, hablaba con un chica joven, una niña prácticamente, que se había vestido de punta en blanco para esa noche. Como ella. Tenía que haber sido ella la que estuviera allí, hablando con él. Tenía que haber sido ella la que disfrutara de su gran noche. A su regreso a casa, las lágrimas no le permitían ver nada más que el peso de su decepción. "¿Qué ha pasado cariño, como es que vuelves tan pronto?". "Supongo", dijo ella, "que me he hecho mayor".