La vigilante

23.10.2013 19:26

Lloró tanto por su ausencia que sus ojos se secaron para siempre. Su mirada, antes brillante y llena de luz, se oscureció como su alma ensombrecida. Le quiso tanto y no valió para nada. La dejó sola y destrozada. Rota. Decidió dejarse morir en vida porque un mundo sin sus caricias no debería merecer la pena. Se sentó a morir en un rincón de algún lugar remoto y dejó pasar los años con desgana. La vida se deshizo sin apenas rozarla y la muerte llegó cuando eran tan anciana que apenas podía respirar. “Llevo esperándote demasiado tiempo. Siglos, milenios… Has tardado mucho y me has dejado sola en un mundo ingrato en el que no quería estar”, le dijo. “No tenía ganas de venir a recogerte. No me gusta la gente sin lágrimas”, contestó  la muerte. “No fue culpa mía”, dijo ella. “Has desperdiciado tu vida porque una sola vez te hicieron daño, mientras tu antiguo amor ha vivido, ha sido feliz y ha podido descansar en paz entre los suyos.  Sólo tuya es la culpa de estar sola”, contestó la muerte. “No vengo a llevarte. Vengo  a decirte que,  ya que tu vida no le ha servido a nadie para nada, deberás ganarte el descanso con tu muerte. Por eso, te quedarás aquí, recordándoles a todos aquellos que no sepan valorar lo que tienen que no hay peor destino que no ser esperado por nadie en ninguna parte. Que no hay peor futuro que no apreciar lo que se tiene”. Sólo entonces sus ajados ojos comenzaron a humedecerse y lloró, lloró, lloró tanto que mil ríos salados la cubrieron por completo formando un nuevo océano en la tierra. El océano de la desesperanza.  Desde allí, ella vigila a los que no disfrutan la vida, advirtiéndoles que no tendrán una nueva oportunidad.