María

30.04.2013 08:25

Se llamaba María. Y era, esencialmente, buena. Hacía la peor tortilla del mundo y las rosquillas más deliciosas. Y unas albóndigas que no tenían comparación con nada. Pero, sobre todo, daba unos besos y unos abrazos incomparables. Grandes, mullidos y con un olor a limpio que te hacía sentir querida. No entendía nada de política pero, a su manera, sabía qué era lo que estaba bien. Se llamaba María y cada vez que me veía aseguraba, convencida, que me habían crecido los ojos. "Abuela, los ojos no crecen", decía yo. "Los tuyos, sí". Siempre estaba de pie, entre la cocina y el salón, organizando las vidas de todos los que tenía alrededor. Ninguno sabía que sin ella el mundo, su mundo organizado y agradable, dejaría de existir. Ninguno sospechaba que giraba en torno a ella. Todos tenían prisa por crecer, por triunfar, por vivir y María escuchaba con una sonrisa siempre preparada para dar ánimos. Se llamaba María y era la tercera voz que siempre quería escuchar cuando volvía a casa. El tercer beso que necesitaba dar. Se fue, tal y como vivió, sin molestar. Sin dar la lata. Se llamaba María y cada día la echo un poquito más de menos.