Niebla

15.07.2013 12:59

Cuando salió de casa el mundo se había convertido en un lugar deshabitado. Blanco. Viscoso. Húmedo. O tal vez, tal vez sólo era niebla. La niebla más densa que jamás nadie había visto. Tan espesa que era posible acariciarla con los dedos, empaparse en su falsamente mullida estructura. Comenzó a caminar a ciegas. Resultaba imposible ver nada. Ni siquiera sus propias manos. Ni sus pies. Ni sus brazos. Tal vez, sólo tal vez, él mismo había desaparecido engullido por la espesa neblina. Continuó caminando desorientado y se dió cuenta de que no hacía frío. Sentía la humedad pero el frío que suele ir unido a la niebla. Al revés hacía un sofocante calor más propio del mes de agosto que del mes de marzo. ¿Y si no fuera niebla?, se preguntó. Tal vez, y sólo era una suposición, tal vez había muerto y eso no era otra cosa que el cielo. O el infierno. ¿Quién dijo que el infierno no podía ser blanco y espeso como una copa de nata? De golpe sintió la necesidad de correr. Correr rápido, como alma que lleva el diablo hacia ninguna parte, para comprobar dónde se encontraba realmente. No lo hizo. No se atrevió. Su voluntad se encontraba presa del terror a lo desconocido. Continuó avanzando paso a paso. Despacio, entre preguntas incoherentes que no recibían respuesta. Continuó caminando hasta que no supo adónde se dirigía ni porqué y todo dejó de tener importancia. Sus manos, sus pies, sus brazos, su cabeza, su imaginación... continuó avanzando hacia ninguna parte hasta fundirse del todo con la nada blanca, espesa, densa, infinita.