Pesadilla

26.11.2013 12:42

Se despertó empapada en sudor con la sensación de que el corazón se le salía del pecho. Se sentía tan angustiada que durante unos segundos, tal vez minutos, no pudo hacer otra cosa que controlar su respiración. A su lado dormía plácidamente su marido. Se levantó de puntillas para asomarse al cuarto de los niños que también dormían. No pasaba nada. Había sido sólo una pesadilla espeluznante. Volvió a la cama. Se tumbó y cerró los ojos tratando de relajarse pero inevitablemente las imágenes que se habían colado en su mente volvían a su cabeza una y otra vez. En su sueño ella dormía en una casa desconocida llena de habitaciones. En cada cuarto había una familia, o tal vez más. Cientos de personas dormían en aquella extraña vivienda antigua, pero ella sabía que algo no iba bien. Era una vivienda cargada de malos recuerdos, de terribles vibraciones, de espantosas vivencias. Lo sabía, pero aún así se tumbó en la cama, al lado de su pareja y se durmió. No podría decir cuánto tiempo había pasado cuando sintió un pinchazo en cada extremidad de su cuerpo, de un cuerpo que no manejaba, ni era suyo. Algo levantó todo su peso en el aire y pegó su espalda, con violencia, contra el techo. Esa mano invisible comenzó a arrastrar su cuerpo por las paredes. En el sueño, ella no podía hablar, no podía pedir ayuda, no podía parar. Su marido, dormido, no se enteraba de nada. De golpe, con una fuerza inusitada, todos y cada uno de sus miembros comenzaron a golpear con una fuerza impresionante las paredes hasta destrozarse por completo. No llegó a ver su propio fin, ya que despertó del sueño. Pero, había sido tan real... La angustia, remolona, no había acabado de abandonar su mente, y todavía acariciaba sus cabellos con cierta coquetería, impidiéndole volver a dormir. Intentó pensar en cosas agradables, pero ni aún así. La imagen retorcida de su propio cuerpo arrastrandose como una araña del revés era demasiado fuerte como para olvidarla. Pasaron minutos, ¿fueron segundos?, tal vez horas, pero acabó dejándose mecer por una modorra imposible de ignorar. Despertó mucho más tarde, o tal vez no, envuelta en una nube de placidez, pero con cierta sensación de no haber descasado lo suficiente. Siempre le costaba abrir los ojos por la mañana. Giró su cuerpo hacia la derecha para abrazar a su marido antes de encararse con el nuevo día. Siempre lo hacía. Cada mañana, pero esta vez no lo encontró. Palpó la cama y sus dedos chocaron con una superficie fría y dura. No había sábanas suaves, ni mantas cálidas. Ni calor humano. No había nada. Abrió los ojos de golpe y lo vió todo con claridad. Allí, abajo, justo debajo de ella, dormía su marido plácidamente en la cama, sin darse cuenta de nada. Incapaz de emitir sonido alguno, incapaz de coordinar sus movimientos, cerró los ojos y esperó. Esperó un final. No sabía qué final, pero ansiaba que fuera rápido e indoloro.