Salir del infierno

21.10.2013 18:32

Lo amó de una manera imposible. Dolorosa. Hiriente. Lo amó como no se debería nunca amar a nadie. Con desesperación. Con furia. Con despecho. Lo amó con todas sus fuerzas y otras muchas que nunca supo de dónde sacó. Por cada gramo de amor que le entregó recibió kilos y toneladas de injurias y gritos. De lágrimas. De dolor. De angustia. Por eso, justo por eso, cuando todo terminó, cuando su cuerpo fue incapaz de dar más de lo que ya había dado, no pudo odiarlo. No pudo desearle nada malo. No hizo nada. Se concentró en deshacerse de toda la intensidad de sentimientos que se habían concentrado en su cuerpo. Se concentró en olvidar. En dejar de querer tocar el cielo con la punta de los dedos de la mano de alguien que ni siquiera podía elevarse un palmo por encima de sí mismo. Dejó de soñar con él y empezó a no soñar con nada. Con nadie. Optó por dormir, por descansar, por disfrutar de la vida cada instante. Por reír. Por conocer otros rostros, otras voces, otros sueños rotos. Decidió amar a plazos. Amar de una manera pausada y por entregas, y no entregarse nunca por completo para no volver a perderse. Cuando pudo vaciarse de tanto amor mal entendido, pero aprendió a caminar de nuevo, e inició un camino desconocido, temible, nuevo, como de alguna manera son todos los caminos que nos llevan hacia delante. Y lo hizo con tanta seguridad que no tuvo nunca que mirar hacia atrás.