Silencio

27.05.2013 13:09

Tenía toda la mañana para ella. Era un lujo nada habitual eso de disponer de unas cuantas horas para asuntos propios. Tenía que arreglar papeles, hacer varias compras, mirar algunos escaparates... ese tipo de cosas que no son urgentes pero, en ocasiones, se hacen necesarias. Además, la fortuna parecía haberse puesto a su favor, y el día había amanecido espléndido. Nada más salir a la calle notó el calor del sol de principios de verano sobre la piel. Hacía un día magnífico: buen tiempo pero nada de calor excesivo. Al principio, no notó nada. Estaba entusiasmada con la idea de una mañana de compras. Sin embargo, no pasó demasiado tiempo cuando comenzó a notar una quietud tal vez preocupante. Por la calle no había nadie. Las tiendas, aparentemente abiertas, estaban vacías. Los bares, desiertos. No había coches en la carretera y hasta los semáforos parecían dormidos. No había pájaros en los árboles, ni perros paseando, ni gatos bajo los coches, ni vecinas curiosas asomadas a las ventanas. La ciudad, la siempre bulliciosa y escandalosa ciudad en la que vivía, estaba en completo silencio. Dormida. Anestesiada. Tal vez, muerta. Comenzó a recorrer apresuradamente las calles, las avenidas, los parques, los barrios... todos y cada uno de los rincones de su bien conocida urbe, y nada. Nada de nada. No había nadie en ninguna parte. El único sonido que podía escuchar era el de sus propias pisadas. Sus tacones, marcando el ritmo de una ciudad paralizada. Tenía toda la mañana para ella, pero no podía hacer nada. Un intenso e interminable escalofrío recorrió su cuerpo. Su ciudad estaba muerta.