Tenía la cara triste

09.12.2013 19:05

Tenía la cara triste y los ojos rojos, como de no haber dormido. El pelo sin arreglar y la mirada cansada componían el resto de su imagen, dolorida, como una Virgen en su santuario, aunque aquel no fuera el caso. Arrastraba sus pasos por la Calle Ancha, indiferente a las miradas de los otros. Las miradas que se clavaban en su cada vez más diminuta figura sin piedad. Las miradas que parecían decir a gritos “¿Dónde está tu antigua belleza? ¿Dónde ha quedado la chica alegre y desenfadada que se quería comer el mundo?”. Le daba igual. El mundo tenía unas fauces feroces y siempre estaba hambriento. Ella lo sabía bien. Vaya que si lo sabía. Había sido su carnaza durante muchos años. Siglos tal vez, el tiempo es algo relativo cuando deja de tener interés.  Sus manos delgadas separaban, de vez en cuando y con movimientos nerviosos, algunos mechones rebeldes de su cara. Como si le molestaran a la vista, aunque la verdad es que no miraba a ninguna parte. ¿Qué importancia podía tener lo que ocurriera ante sus ojos si su interior estaba vacío? Muerta por dentro. Podrida. Olvidada. Pero sobre todo, asustada. Tenía la cara triste y los ojos, esos ojos negros que habían sido culpables de tantos corazones rotos, esos ojos brillantes y astutos de no hace tanto, estaban perdidos. Desaparecidos en las mismas entrañas del miedo. Caminaba encogida, en la misma posición que adoptan algunos animales con miedo a que les apaleen. Caminaba, prácticamente corría, con pasos pequeños, diminutos, imposibles. Huyendo sabe Dios de qué. O de quién. Tenía la cara triste, la bella melena rubia mal cortada y sucia, la corona desaparecida hace demasiado tiempo y todo, todo el derecho del mundo a ser la princesa más desdichada de la tierra.