Alma

06.09.2014 12:29

El silencio era denso, espeso como la niebla. En la oscuridad del pasillo del hospital sólo se escuchaban las respiraciones acompasadas de los pacientes dormidos. Ella estaba de guardia. Era la única despierta en toda la planta. Ella y el vigilante de seguridad que hacia la ronda por el edificio. Sóno un timbre. Alguien tendría sed o necesitaría su ayuda para ir al baño. Miró el panel de las habitaciones. La casilla de la 203 estaba iluminada. Se quedó mirando fijamente el panel. La 203. Eso era imposible. Allí estaba Alma, una mujer que llevaba en coma veinte años. Fue por un accidente de coche. Al principio su novio iba a verla a diario, y sus hermanos, y sus padres Poco a poco cuando se hizo evidente que su única conexión con la vida dependía de una máquina, las visitas se espaciaron. Ya sólo iba a verla su madre. Ya muy mayor. Hablaba con ella, la miraba y le contaba cosas cotidianas. Su voz se había vuelto anodina, teñida de un velo de desesperanza. Alguién debía haber pulsado ese timbre. ¿Algún bromista? ¿A las cuatro de la madrugada? Se dirigió a la 203, al final del pasillo. No encendió la luz para no despertar al resto de los pacientes. Toc, toc, toc. Sus pasos resonaron en la oscuridad, la única banda sonora de la noche. La luz de la luna le daba de lleno en el rostro, sin gesto, relajado. El botón de llamada permanecía iluminado, signo inequívoco de que había sido pulsado por alguien. Pero, ¿por quién? El resto de los pacientes de ese ala del hospital dormía y, aunque hubieran estado despiertos, la mayoría no se encontraba en condiciones de moverse de la cama. Acarició la cabeza de Alma y volvió a su puesto. Allí nadie la necesitaba. Volvió a enfrascarse en la lectura del libro que estaba acabando. Novela negra, pero no muy buena. Apenas le quedaban dos capitulos para acabar y ya sospechaba quien era el asesino. De nuevo el sonidor de un timbre interrumpió el hilo de sus pensamientos y su lectura. La habitación 203 de nuevo. Esto era una broma de mal gusto. Volvió al dormitorio y todo seguía en calma. Recorrió una a una el resto de las habitaciones. Todos dormían. Volvió a la 203, apagó el botón de llamada y se quedó mirando un rato a la mujer que dormía desde hace veinte años, sin importarle nada de lo que ocurría a su alrededor. Le pareció, por una décima de segundo que sonreía. Imposible. Volvió a su puesto. A su lectura. Apenas acababa de cerrar la novela, pensando en lo predecible que le había resultado el final cuando volvió a encenderse la luz de la 203. ¿Qué estaba pasando? Decidió trasladar su guardia de esa noche al cuarto y así acabar con la broma de mal gusto que, evidentemente, alguien le estaba gastando. Entró como una tromba huracanada en el cuarto. Enfadada. Su rostró perdió el color al mirar a su alrededor. La cama estaba vacía. Después de veinte años inmóvil Alma no estaba allí, ni en el baño, ni en el pasillo. Sintió una corriente de aire frío. Había una ventana abierta al final del pasillo. Al asomarse, creyó verla a lo lejos perdiéndose en el horizonte entre el cielo y la luna. Creyó incluso ver dos alas en su espalda. Su mirada se perdió en la nada en busca de Alma, pero nunca volvió a verla. Alma ahora era libre.