Amor eléctrico

26.08.2013 14:25

Eran imanes. Polos opuestos que se atraían irremediablemente a pesar de estar situados en líneas de fuego contrarias. Eran imanes. Al menos, al principio. Cuando, saltándose todas las reglas del juego, dejaron a sus respestivas medias naranjas para unirse, dejaron de serlo. Se convirtieron en una corriente eléctrica de alto voltaje. En una fuerza de la naturaleza desatada. Cuando sus cuerpos se unían, era tal la electricidad que pasaba entre ellos que podían iluminar un edificio completo durante horas, durante semanas, durante meses. Eran eléctricos. Cuando paseaban juntos por la calle emitían una suerte de energía contagiosa y, a su paso, la gente se besaba, se abrazaba y se sentía inmediatamente feliz. Generaban sin quererlo orgías en mitad de los parques, de los geriátricos, de los consulados. Eran titanes. Era tal la fuerza que desprendían cuando estaban juntos que podían solucionar conflictos ancestrales sin proponérselo. Tan sólo con estar en algún lugar determinado su pasión irradiaba energía positiva. Cuando llegó el final, porque todos los finales llegan antes o después, no nos engañemos, se despidieron calmados, extrañamente sosegados. Se besaron en la mejilla y apenas surgió un chispazo entre ellos. Ni un calambre o un cosquilleo. Por separado, siguieron con sus vidas, más apagadas, más monótonas. Más normales. Pero continuaron porque, así es la vida, siempre sigue su camino. Sus vecinos volvieron, finalmente, a recibir en sus buzones el recibo de la luz a fin de mes. Después de nueve meses sin tener que abonarla, sintierion su ruptura, claro está. Es lo que tienen las grandes pasiones que son sólo temporales. Es lo que tienen los amores eléctricos, que suelen acabar en cortocircuitos