Bajo los charcos (III)

12.03.2015 10:00

Nada pesa más sobre los hombros que la ausencia. Nada produce más miedo que la ignorancia. Nada genera más angustia que el desconocimiento. Nada resulta más ruidoso que el silencio. No saber dónde estaba la niña los estaba matando. Ella no hacía más que pensar en todas las cosas malas que podrían haberle ocurrido. Él se ahogaba en un mar de preocupación y culpabilidad. No entendía todavía, cuatro meses después, qué podría haber ocurrido. No sabía quién se había llevado a su niña, ni cómo lo había hecho. Dónde podría estar ahora. ¿Seguiría viva? Se tumbó sobre la cama, con los ojos cerrados. Tratando de reproducir el instante. "Trate de recuperar un olor, un color, un instante y el resto de los recuerdos aflorarán", le habían recomendado los expertos. Al hacerlo, se producía una imagen extraña en su cabeza. Veía a la niña desaparecer dentro del charco, pero eso no tenía ningún sentido. Era absurdo, pero nada parecía lógico desde entonces. Miro el reloj. Pasaban dos minutos de las cuatro de la madrugada. A su lado, su mujer tampoco dormía, pero no dijo nada al ver cómo se levantaba y se dirigía a la puerta. Ya no hablaban entre ellos. El miedo había trazado una férrea barrera infranqueable que sólo el regreso de la niña podría derrumbar. Salió a la calle. Hacía frío y él apenas llevaba una chaqueta sobre el pijama. Iba en zapatillas, pero las pocas personas que había en la calle apenas repararon en él. Allí, a escasos metros de su portal, seguía aquel charco. Aquel extraño y vulgar charco. Lo miró detenidamente durante unos segundos, minutos, tal vez horas, y cuando su vista se acostumbró a las ondas del viento sobre el agua, creyó poder apreciar algo. ¿Una imagen, un sonido, un recuerdo? No lo pensó dos veces y se dispuso a hacer la cosa más absurda que había hecho desde que la sociedad empezó a considerarlo adulto. Se descalzó y dejó las zapatillas de casa junto al charco y saltó con todas sus fuerzas, a pesar del frío, justo en el medio de aquel pequeño circulo de agua sucia. Apenas duró un instante la sensación de frío y de desconcierto. Estaba ocurriendo. Sus recuerdos olvidados eran reales. Había empezado a descender hacia alguna parte. Hacia algún lugar imposible. Ahora, lo sabía, estaba más cerca de encontrar a la niña.