Café

10.08.2013 09:57

Le gustaba el olor a café recién hecho nada más despertar. A pan recién horneado. Lo añoraba. Le recordaba a su infancia, cuando su madre se levantaba al alba para dejar todo preparado para el resto de la familia. Empezaba por hornear pan. Cada día lo amasaba con sus manos expertas, le daba forma, lo dejaba reposar y lo metía en el horno. Después hacía café y empezaba el resto de las faenas de la casa. Más tarde, cuando ya era adulto y desayunaba cada mañana en la calle, en algún café de camino al trabajo, el olor de café recién hecho le devolvía la imagen de su madre. Era inevitable. La recordaba joven, con su eterno melena recogida en alto y sonriendo. Siempre sonriendo. Se fue demasiado pronto para recordarla de alguna otra manera. Ahora, ya en la vejez, cada mañana hacia café sólo para recuperar su imagen siempre ligada al torrefacto aroma del negro líquido humeante. Ni siquiera le gustaba el café. Tampoco a ella le había gustado nunca. Su intenso y aromático olor se había convertido, tal vez siempre lo fue, en el puente de unión entre ambos.