El arcón

23.09.2013 19:55

Se fue directo hacia el rincón más oscuro del desván, y lo vio allí, en penumbra. El viejo baúl de madera que le había dejado su abuelo diciéndole: "No lo abras hasta que sepas que tienes que abrirlo. En su interior no hay nada, pero su capacidad es infinita. Dentro de él cabe todo". El momento había llegado. No sabía porqué lo sabía, pero lo cierto era que tenía una certeza absoluta al respecto. El momento era ahora. Giró la llave hasta seis veces sobre sí misma, hacia la derecha, y otras seis hacia la izquierda y la cerradura hizo un curioso ruido por el que supo que ya podía levantar la vieja tapa. Se quedó un largo rato mirando el interior del arcón, forrado en terciopelo azul, nuevo, brillante, impoluto a pesar de los años, de las décadas, de los siglos. "Siempre ha estado en la familia. Siempre nos ha ayudado a avanzar". De repente, supo lo que tenía que hacer. Tal vez siempre lo había sabido. Poco a poco fue poniendo en su interior las cosas que no había hecho, los planes que jamás había realizado, los proyectos que no se atrevió a poner en marcha, los besos que nunca dio, todo lo que deseó y jamás se atrevió a decir en alta, los malos pensamientos, los enfados, los disgustos, los amores no correspondidos, las lágrimas derramadas, los gritos proferidos, la angustia que le había apresado, en ocasiones, el corazón... lo fue poniendo todo en hileras, bien colocado para que no se mezclaran unas cosas con otras, y cuando lo tuvo todo dentro, volvió a bajar la tapa. Giró la cerradura, seis veces hacia la izquierda y seis hacia la derecha, y sentó en una butaca frente a la ventana para poder elevarse por encima de todo lo que le había atado a la tierra. A la vida. Al día siguiente lo encontraron allí, con una carta en sus manos para su nieto. "No la abras hasta que sientas que debes hacerlo", ponía en remite.