El baño

22.08.2016 09:36

De repente, le entraron unas ganas terribles de ir al baño.  Odiaba cuando le pasaba eso en la calle. Ella solía ser muy previsora, y cuando tenía una jornada complicada como la de ese día, cosa bastante frecuente teniendo en cuenta que su trabajo de vendedora la obligaba a pasar muchas horas en la calle, solía beber poco agua e ir al baño antes de salir de casa. No le gustaba entrar en los baños de los bares, ni mucho menos en un baño público. Pasaba en ese momento por delante del Gran Hotel de su ciudad. Se había quedado recientemente en el establecimiento alojativo un fin de semana y sabía que en la primera planta del mismo había un baño muy bonito y muy limpio. No lo pensó dos veces, entró y fue derecha a su objetivo. Tal y como pensaba nadie reparo en ella. La tomaron probablemente por una huésped más del hotel y pudo llegar con tranquilidad al espacio y lujoso baño. Se recreó, sentada en la taza, mirando los baldosines. Le gustaba la composición que habían usado en los baños, en distintos tonos de blanco y azul pálido. Daba sensación de limpieza, algo que para ella era fundamental en una estancia como esa. Cuando terminó, tiró de la cadena, se lavó las manos, era uno de esos baños amplios con lavabo y espejo, se arregló el pelo e hizo un par de muecas ante el espejo para comprobar que estaba estupenda. Una vez lista, se preparó para afrontar con fuerzas renovadas el resto de la jornada que tenía por delante. Sin embargo, al girar el pomo de la puerta, ésta no se abrió. Repitió la maniobra, una, dos, tres y hasta diez veces. La puerta no se abría. No daba crédito. Su primera reacción fue indignarse. Tenía muchísimas cosas que hacer esa mañana, no podía creer que iba a retrasarse por algo tan tonto. Luego se avergonzó, al darse cuenta de que si llamaba a recepción para que la sacaran de allí, iban a darse cuenta de que no estaba alojada y de que había entrado con toda su caradura a usar el baño.  En cualquier caso, no quedaba otra. Algo tenía que hacer. Comenzó por pedir ayuda de manera suave. “Hola, hola, ¿hay alguien por ahí fuera?… me he quedado encerrada”. Nada. Ni un ruido. “Hola, ¿hay alguien fuera?”, gritó mucho más alto. “Estoy encerrada”, gritó en un tono de voz ya bastante elevado al tiempo que daba golpecitos en la puerta. Silencio absoluto. Sintió que comenzaba a sudar y se puso a gritar con todas sus fuerzas al tiempo que aporreaba la puerta. Nadie. No parecía que nadie escuchara su voz. De hecho, ella misma había escogido ese baño porque era una de las zonas menos concurridas del hotel. Podrían pasar horas antes de que nadie pasara por allí. Podría también pasar alguien en cinco minutos, pero no tenía seguridad alguna de que fuera a ocurrir. “Voy a llamar a recepción y les diré lo que ha pasado”, se dijo. “Les diré que tenía una reunión importante en el hall y que mi cliente no apareció”, pensó con rapidez y sintiéndose satisfecha de sí misma. Era una buena idea. Busco su móvil en el bolso, e intentó buscar en internet el número del hotel. Intentó… ya que dentro del baño no tenía ninguna cobertura. No podía llamar, ni buscar en Internet, ni mandar washap. Estaba sola y totalmente incomunicada y cuanto antes se hiciera a la idea, mejor sería para todos. Se sentó en la taza cerrada del wáter y se obligó a respirar profundamente. ¿Qué podía ser lo peor que le podría pasar? Estar allí hasta el siguiente turno de limpieza… siempre y cuando no entrara nadie al baño entre medias. En el baño tenía agua potable y en el bolso algunas barras energéticas. Siempre las llevaba encima por si no le daba tiempo a comer como es debido por exceso de trabajo. Trabajo… tenía muchísimas cosas que hacer y estaba allí sentada, en un baño perfumado, sin poder salir. Volvió a respirar profundamente.  Y trató de sacar de su cabeza todo pensamiento perturbador. Pasó una hora, dos, tres… cada cierto tiempo gritaba pidiendo ayuda, miraba el teléfono, aporreaba la puerta… de una manera casi rutinaria. Nada. Nadie. Silencio absoluto y abrumador. Ella no estaba acostumbrada a tener tanto tiempo libre. Si hubiera tenido libertad de movimientos, a lo largo de todas aquellas horas perdidas, podría haber ido al Spa de la segunda planta, o a darse un masaje o a disfrutar de una comida deliciosa en el restaurante del último piso… pero si hubiera podido salir de allí, estaría trabajando, claro, y no disfrutando de un día libre, pensó. Pensar en comida hizo que tuviera hambre… ¿Qué hora sería? Fue a mirar el móvil y lo vio apagado. Intentó encenderlo sin fortuna. Evidentemente se había agotado la batería, algo bastante ilógico teniendo en cuenta que apenas una hora antes estaba al 90 por ciento de su capacidad. ¡Vaya día raro estaba teniendo! Ahora, encima de todo, no sabía ni la hora que era. En cualquier caso, se comió una de las barritas para mitigar la sensación de vacío de su estómago. El bienestar que sintió al ingerir alimento, le hizo sentir sueño y allí, en el lugar más absurdo del mundo, se tumbó y se dejó llevar hacia el limbo del sueño. Cuando abrió los ojos todo estaba oscuro. Se incorporó del duro suelo con cierta dificultad y sin recordar a ciencia cierta dónde se encontraba. “Sigo en el maldito baño del hotel”, dijo en voz alta, buscando a oscuras con la mano el interruptor de la luz hasta dar con él. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo llevaría ya allí? ¿Cuándo pasaría algún ser humano cerca y escucharía su llamada? Tan sólo con pensarlo, volvió a sentir la necesidad de llamar pidiendo ayuda a gritos. Una vez más. “Hooolaaaaa, Holaaaaaa”. Silencio. De hecho, no se oía absolutamente nada. Parecía imposible que más allá de aquella puerta hubiera vida humana. Por un momento, tuvo la sensación de que aquel cuarto de baño se había transportado a la nada, a otra dimensión, dónde el vacío era la única opción existente. Las horas se sucedieron con una suerte de normalidad que empezó a darle miedo. Pasaban, y pasaban, y seguían pasando y allí no entraba nadie a limpiar nada. Las barritas energéticas se habían agotado ya cuando comenzó a sentir pánico de verdad. Sentada en el suelo, con la espalda apoyada en los fríos azulejos, tuvo la sensación de ser la protagonista de una terrible pesadilla de la que no podía salir porque no sabía cómo hacerlo. Una hora, dos, tres, muchas más horas, días tal vez. El silencio era absoluto y demoledor. Ya no sentía hambre, ni sed, sólo un cansancio infinito y una sensación creciente de terror. Se lavó la cara con agua fría para tratar de arrancarse el sudor frío que recorría todo su cuerpo, pero la sensación continuó cuando el agua ya se había secado. “Socorrooooo, estoy encerrada, necesito ayuda”, trató de gritar, pero su voz se había diluido en su mayor parte y apenas escuchó su propio susurro. “¿Qué me está pasando?”. Por inercia se miró al espejo, como para comprobar la raíz del problema de su pérdida de fuerza en las cuerdas vocales. La sangre volvió a helarse en sus venas. Allí estaba ella, pero no estaba. Se vio como desdibujada, borrosa, como si se estuviera deshaciendo, fundiéndose en el propio entorno que la había atrapado.  Sintió como las fuerzas abandonaban su cuerpo y se dejó arrastrar al sueño, una vez más. Al despertar, no se molestó en encender la luz. Se quedó tumbada en el suelo mirando hacia el techo, dónde ya comenzaba a apreciar los matices en la oscuridad. El foco, el conducto del aire que tampoco parecía funcionar, las grietas del techo… ¿Antes tenía grietas? Se levantó de golpe con más fuerzas de las que parecían quedarle y encendió la luz. Efectivamente, el techo estaba resquebrajado, y las paredes y el lavabo y toda la estancia que hacía unas horas parecía de revista de cine, se había convertido en una pura ruina. Los grifos, antes brillantes, ahora estaban llenos de herrumbre, la taza del wáter parecía estar rota en su parte superior y la cisterna no funcionaba. Incluso un cartel que antes no había visto advertía de su pésima funcionamiento. Trato de superar el miedo que sentía y se incorporó en busca de su imagen reflejada en el espejo, pero allí no había nadie. El espejo le devolvía la imagen de una vieja ruina abandonada y vacía. Se miró las manos, pero no pudo verlas. Ni sus piernas, ni su cuerpo en general… trató de levantar la voz pero descubrió que ya no le quedaba  ni siquiera un susurro. Despacio, como si su cuerpo no sintiera la gravedad, se dirigió hacia la puerta, y ante su propio estupor, comprobó que podía cruzarla. La materia no se interponía en su camino. Tal vez no habría debido hacerlo. Ante sus ojos se alzaba el inmenso y lujoso hotel ahora en estado total de abandono. Algunas paredes se habían caído, y las telarañas se amontonaban sobre los muebles envejecidos. En una de las paredes, descubrió su propia foto. “Desaparecida”, rezaba el cartel, mugriento,  prácticamente deshecho por el paso del tiempo. “No tenía que haber entrado al baño”, pensó y, como por inercia, dirigió mentalmente, el resto de su ser al lugar en el que había pasado encerrada gran parte de su vida para intentar volver a dormir…