El cocido

22.10.2013 11:16

Un poco de zanahoria, repollo, patatas, garbanzos, claro está, algo de pollo, de ternera, un trocito de chorizo, algo de jamón. De su cosecha añadía un tomate y un par de dientes de ajo, y a veces, según le daba, una cebolla pelada. Le encantaba el olor que llenaba la cocina cuando todos los ingredientes cocían. "Chuf, chuf, chuf"... Le gustaba, posiblemente, porque le recordaba a su propia niñez, cuando miraba como su madre preparaba el cocido y toda la casa se empapaba de ese olor calido a familia, a hogar. De niña ni tan siquiera le gustaba comerlo, pero ahora suponía para ella un plato tan exquisito como el más delicado de los manjares. El ruido de las cucharas haciendo la avanzadilla al acercar la sopa a la boca. Una tras otra. Caliente. Deliciosa. Única. De fideos finos como la suya. De fideos gordos como la de su madre. De arroz como la de alguna de sus tías. Daba igual. Recordaba además como su abuela separaba con cuidado el repollo del resto de los alimentos, o como su padre, cuando se ponía a ello, pelaba los garbanzos uno a uno. Era un trozo de memoria viva y deliciosa. Un magnífico retazo de entre sus propios recuerdos que se alzaba por sí mismo, con fuerza. "¡Otra vez mamá! No nos gusta el cocido... huele mal", se quejaron los niños nada más entrar por la puerta. "A mí tampoco me gustaba cariño", decía ella una y otra vez. "Pero atrapa fuerte el recuerdo en tu memoria porque mañana será una pequeña parte de lo que te quede de mí", pensaba para sí misma.