El Gato

20.03.2017 09:40

Cuando empezó a mordisquearme el pelo que sobresalía de entre las sábanas, supe que aquella noche no podríamos dormir a no ser que tomáramos cartas en el asunto. No hacía mucho que aquel pequeño gatito había entrado a formar parte de nuestras vidas. De hecho, apenas tenía un mes de vida, pero nada más llegar ya dejó claro cómo sería nuestra relación: él había llegado a casa para jugar, disfrutar y hacernos reír. Aquel día habíamos pasado fuera gran parte de la tarde que él, a buen seguro, habría pasado durmiendo en el sofá. Ahora, llegada la noche, y con la casa llena de gente, quería jugar. “Vamos a ponerlo en el cuarto del fondo con sus cosas”, me dijo mi marido, “Si lo dejamos aquí, no habrá quién duerma”. Asentí con pocas ganas de discutir, mis párpados habían dejado de luchar contra el sueño. No sé cuanto tardé en dormirme, supongo que unos segundos o tal vez más. Sentí que me revolvían de nuevo el pelo. Al principio, no hice nada, el sueño era demasiado plomizo para poder luchar contra él, pero los tirones de pelo aumentaban. Pequeños saltitos, arañazos… “¿No ibas a poner al gato en el otro cuarto?”, “Ummmm…”, “Me está volviendo loca”… “Está en el cuarto del fondo”. Se habrá escapado, pensé y me levanté a oscuras mientras el pequeño travieso me mordisqueaba los pies. Cuando crucé el pasillo y encendí la luz, lo descubrí tumbado en su cama, totalmente dormido. “Oye, vuelve a guardar al gato”, chilló mi marido desde la cama, me está volviendo loco, no hace más que morderme. “Llévatelo”. Mientras yo miraba al felino plácidamente dormido, mi cuerpo entero empezó a temblar…Si nuestro gato estaba allí, qué era lo que estaba en nuestra cama jugando con nosotros.