El hombre bueno

23.11.2015 10:43

 

 

Era el hombre de la eterna sonrisa, de la mirada curiosa pero nunca crítica. Era un hombre tranquilo. Un hombre bueno. Primero fue hijo, de otro buen hombre, tan amante del mar como él mismo. Tan amante de los suyos como él supo serlo. Después fue hermano, el único varón entre tantas chicas. Paciente, serio, cariñoso, hermano mayor dónde los haya. Después marido, padre y abuelo. El ciclo de la vida le permitió disfrutar de cada instante con los suyos en una ciudad que, sin serlo, supo hacer suya. Mis recuerdos van ligados, inevitablemente, a las vacaciones. Esos momentos que disfrutabas en familia, que esperábamos como agua de mayo para volver a ver a los primos, a los tíos, a los abuelos. Y allí estaba él, en el viejo Arsenal, rodeado de niños y consiguiendo sacar una sonrisa, siempre, a su mujer, a sus hermanas, a su madre. El hombre tranquilo entre tanta mujer nerviosa. Hace mucho, mucho, demasiado, que no te veía. Y, aunque la distancia nunca es buena, lo cierto es que ahora te recuerdo como antes, paseando por las calles de la vieja Cartagena, asegurando que había refrescado mientras nosotros, recién llegados de tierras más frías, nos quitábamos los jerseys para disfrutar de aquel paraíso. Te recuerdo en La Manga, junto a Marisol o a mis primos. Te recuerdo en la Algameca. “¡Cuánto tiempo María!”, me parece escucharte. “Tienes que venir más”. Para mí siempre tendrás esa edad indefinida que tienen las personas que quieres, esa edad que permanece inalterable al paso de los años y que tiene la ventaja de que mantiene a los seres queridos indelebles en la memoria. Era el hombre de la eterna sonrisa, de la mirada curiosa pero jamás maliciosa. Era un hombre tranquilo. Un hombre bueno.