El hombre germinado

22.07.2013 18:11

Le gustaban las manzanas. Siempre le habían gustado. Desde que tuvo dientes para morderlas con fuerza. Y le encantaba ese momento en que daba el primer mordisco y la piel de la fruta roja, o verde o amarilla, daba igual porque todas le gustaban, se rasgaba y se quedaba, de alguna manera, desnuda en parte ante él. Para él. Un mordisco blanco, más bien crema, sobre fondo rojo, o verde o amarillo mostaza, que más daba. Adoraba las manzanas. Frescas, sabrosas, intensas. Saciantes. Le gustaban todas. A todas horas. Sin pelar. A veces, incluso llegaba a comerse su corazón. No dejaba nada. Era como comerse la vida a dentelladas. Pura energía. Un día empezó a sentirse raro. Sentía un extraño cosquilleo en su interior. Pensó que sería pasajero, pero se fue intensificando cada vez más. Su cuerpo se llenó de rojeces y el cosquilleo se transformó en una suerte de picor incesante que no podía soportar. "Deberías ir al médico", le dijo su esposa. No lo pensó dos veces, y en poco menos de una hora estaba sentado frente a un facultativo que examinaba su cuerpo con cara de pocos amigos. "Sí, sí, es una dermatitis, pero hay que saber qué la ha provocado... ¿ha comido usted algo raro últimamente?". "No, no, nada que yo recuerde. Soy de hábitos muy poco variados. Desayuno fruta, manzanas siempre, como algo de verdura y carne o pescado a la plancha, y ceno fruta, de nuevo manzanas. Me gustan mucho", se sintió necesitado a aclarar. El médico le miró sorprendido, tanto por la frugalidad de su dieta como por su monotonía y falta de interés en la gastronomía". El mismo era un hombre de gustos fastuosos en la mesa. No estaba bien decirlo porque era médico, pero dónde le pusieran una buena carne roja... "No será siempre...", le dijo animándolo a confesar algún pecadillo pasajero. "Siempre". De prontó, el degustador de manzanas, sintió un fuerte ardor en la boca del estómago y, al mismo tiempo, todos sus huesos comenzaron a causarle un dolor infinito. "No sé qué me está pasando", sollozaba mientras se retorcía en el suelo aterrado. El atónito médico no sabía bien que decir, se le pasó por la cabeza incluso que se podía tratar de un loco aburrido. No sería el primero... Sin embargo, su desinterés se tornó en asombro cuando comenzó a ver como de sus orejas brotaban hojas y de sus extremedidades unas pequeñas ramas alargadas que parecían crecer por segundos. "¡¡Le están saliendo ramas!!", exclamó. Trasladaron al paciente en camilla de una punta a otra del hospital y luego de esa punta a la otra de nuevo. Y de nuevo a la contraria. No sabían qué hacer con él. Nunca habían visto nada igual. Frente al escaner, el equipo médico del centro comprobó que en el centro mismo de su estómago una semilla de manzana había germinado y, acunada por los flujos y reflujos del cuerpo humano se había dejado mimar hasta convertirse en un brote que buscaba salidas hacia el sol. Hacía la luz. Hacia la vida. "Señor", dijo el director del hospital con voz trémula y entrecortada, "no sé bien cómo decirle esto... se está convirtiendo usted en un manzano". El paciente, tumbado en su camilla, ya más verde y marrón que color carne, sonrió mostrando unos dientes plagados de hojitas verdes. "Me encantan las manzanas. Siempre me han gustado". Y una gotita de savia rodó por lo que quedaba de su enjuto rostro.