El mensaje

26.03.2015 12:28

Era una mujer de rutinas. No había otra manera de enfrentarse al folio en blanco. Tesón, paciencia y disciplina, y las ideas iban fluyendo, conformando historias. Los personajes de sus libros tomaban sus propias decisiones. Eso le gustaba creer. Ella les dotaba de vida, y ellos vivían. Aquella mañana siguió sus rutinas diarias y, con el café en la mano, se dirigió a su guarida, aquel lugar de la casa que los demás llamaban despacho y para ella era un rincón alejado del mundo real. Abrió su ordenador, como siempre, y un documento en blanco. Había acabado hace semanas su último libro, pero ya tenía una nueva historia bullendo en su imaginación. Una historia de intrigas, amores y desamores, con contenido histórico y político. Vamos, los ingredientes que a ella siempre le funcionaban y que gustaban a sus lectores. Manos a la obra, se dijo, sin embargo había algo raro en aquel documento que acababa de abrir. Una palabra: “Cuando”. No recordaba haberla escrito, en absoluto. De hecho, se había tomado unos días de asueto y no se había acercado al ordenador. Además, el documento que había abierto estaba en blanco. Supuso que alguno de los niños sería el culpable y, sin darle más importancia, comenzó su tarea. El día dio mucho de sí y avanzó bastante en su obra. Fantástico, así de productivas deberían ser todas las jornadas.  Al día siguiente, se dirigió de nuevo a su despacho, contenta. Las ideas iban tomando forma y los personajes adquiriendo personalidad. Todo apuntaba a que aquel sería un buen día de nuevo. Pasó horas escribiendo con fluidez. Al acabar y cerrar el borrador de su nueva obra, un documento apareció en la pantalla con dos palabas escritas. “Cuando acabes”. Lo cerró, sin darle más importancia porque ese día tenía muchas cosas que hacer todavía, sin embargo, cuando terminó su trabajo al día siguiente, de nuevo apareció el documento. Era el mismo. No le cabía duda, a pesar de que lo había cerrado sin guardar. En esta ocasión, había tres palabras. “Cuando acabes de”. Pasó un largo rato mirando aquel folio digital, por lo demás en blanco, y no pudo sacar ninguna conclusión. Afortunadamente, la irrupción de sus hijos en su despacho, sabían que aquella era la hora del toque de queda y ya podían entrar, permitió que olvidara aquel extraño suceso. No se lo comentó a su marido hasta el cuarto día, cuando al cerrarlo todo encontró el mismo mensaje con una palabra más, “Cuando acabes de leer”. Él no le dio ninguna importancia. “Seguro que lo habías escrito tú y no te acordabas”, le dijo. “¿No pretenderías dejarte una nota para comprar o hacer algo y la dejaste a medias?”. No era nada de eso. Pero entendía perfectamente que a él le pareciera aquello una tontería. Al día siguiente era sábado, habían planeado pasar el fin de semana fuera, y ella prometió a sus hijos no llevarse el trabajo a casa de los abuelos. Disfrutó, como hacía años que no lo hacía, de la estancia en la casa paterna. De la nieve, de las risas, del calor de la chimenea… tenía que escribir alguna historia pensando en aquella bellísima casa. Daría mucho juego. Cuando el domingo de noche llegaron a su domicilio, habría el ordenador para mirar el correo. Allí estaba. Nada más encenderse la pantalla, lo primero que se cargó fue aquel documento en blanco, sin nombre ya que nunca había sido guardado por nadie, y con una frase bastante avanzada. “Cuando acabes de leer estas líneas”. “Cariño, puedes venir un momento”, le dijo a su marido, mostrándole el documento. Él puso cara pensativa. “Sí que es raro. ¿Quieres que llame a la policía por si alguien ha entrado y ha puesto eso?”. “Suena bastante absurdo”. “Sí, lo sé, pero está claro que a ti te preocupa”. Se quedó en silencio, mirando el folio, y sin decir nada, lo cerró. Una vez más sin guardar. “No, déjalo, nos tomarían por locos excéntricos, y aún no soy tan famosa como para eso”, bromeó. “Lo serás, eso seguro”, le dijo él, cariñosamente.

Cuando a la mañana se sentó para retomar su trabajo, ya esperaba que el documento apareciera de nuevo. Pero no lo hizo. Ni al día siguiente, ni al siguiente. Fue el viernes siguiente, cuando despreocupadamente se sentó a trabajar en una historia ya muy avanzada cuando el documento se abrió de nuevo. “Cuando acabes de leer estas líneas, morirás. Tu tiempo terminó”. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se quedó paralizada y, antes de darse cuenta, sintió que todo su mundo se quedaba a oscuras. Frío y oscuridad. Y silencio. Nada más.  

“No ha sufrido ningún tipo de agresión física”, le dijo el forense. “Ha muerto debido a un fallo cardiaco”. “No tiene sentido. Y el mensaje del ordenador”… “Hemos buscado por todas partes ese mensaje, pero no hay ningún mensaje como el que usted dice en el disco duro del ordenador de su mujer. Lo siento mucho”.