El mundo

05.11.2013 10:49

Se despertó con el sonido de la lluvia de fondo. Imaginó, sin siquiera abrir los ojos, un exterior gris y plomizo, un día frío, ventoso y nada apetecible. No quería salir de la cama. No quería enfrentarse una vez más a la vida. Estaba cansado. Agotado. Desanimado. La lucha con la realidad se había vuelto cada vez más complicada. Cada vez, más cuesta arriba, y él se sentía sólo. Abandonado. Desorientado. Triste. Tal vez eso era lo peor. La tristeza. Mientras la tuvo a su lado, nada parecía importar. El cielo podía caer sobre sus cabezas varias veces al día que él siempre estaba allí para detener el golpe. A su lado era fuerte, incansable, valiente, invencible. Era el tipo de héroe del que ella se había enamorado, pero, de algún modo, toda esa fuerza le abandonó cuando ella dejó de mirarle como se mira a un ser especial. Fue dejando de adorar cada uno de sus gestos grandilocuentes y se lo hizo saber. “Creo que ya no te quiero”. Eso le dijo. Nada más. Seis palabras que pusieron ‘patas para arriba’ su vida. Que transformaron al caballero con armadura en un espectro sin nombre. No quería salir de la cama. Sabía muy bien lo que había fuera de la calidez de las mantas, de la tranquilidad de su alcoba. No quería enfrentarse al mundo una vez más si no estaba con ella. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas. Parecía granizo. Luego el ruido fue disminuyendo, amortiguándose, y el frío se hizo más intenso. Estaba nevando. Una capa blanca de sueños y deseos cubriría en pocas horas toda la ciudad, y él, el antaño irreductible hombre de hierro, se dejaba morir entre sábanas con aroma a suavizante. No quería salir de la cama, pero sabía, como se saben esas cosas, que allí dentro no podría ganar esa nueva batalla. Contra el destino, contra el mundo, contra sí mismo. Su peor enemigo. Tomó impulso desde lo más hondo de sus entrañas y se sentó sobre el mullido colchón. Puso un pie descalzo sobre el suelo, luego el otro, y con un esfuerzo desgarrador se puso en pie y dió un primer paso hacia delante. Un mundo blanco, frío, cruel y cobarde le desafiaba a una guerra interminable, y él, incapaz de renunciar a su propia esencia, cogió en el aire el guante que le lanzaba su adversario. Y comenzó a caminar.