Su otro yo

25.11.2013 17:12

Se despertó cegada por una luz. Le daba de lleno en la cara. Al principio se sintió perdida. No sabía dónde se encontraba. Pasaron unos segundos antes de que se diera cuenta de que era de noche, probablemente todavía de madrugada. Se acababa de despertar sobresaltada. El cuarto volvió a quedarse a oscuras en apenas unos segundos y no se atrevió a levantarse de la cama. Agudizó el oído y creyó escuchar ruidos de pasos. Tal vez no era nada. Tal vez sí. Tenía que levantarse y comprobarlo porque, de todas maneras, no podría volver a dormir si no lo hacía. Se puso de pie, despacio, y todo su cuerpo se estremeció al tocar el suelo con los pies desnudos. Hacía frío. Probablemente se había dejado una ventana abierta y la luz de los faros de algun coche la había desvelado. Tal vez no. O tal vez sí. Continuó caminando casi de puntillas. Un paso, otro paso, otro más. Nada. Silencio. Frío. Oscuridad. Entonces, con toda claridad, pudo escuchar una risa. Una carcajada de mujer. Y una voz de hombre. La risa de la mujer no le era desconocida. El ruido venía de la calle. Justo debajo de la ventana del salón. Se acercó hasta allí con sigilo y, con mucho cuidado, se asomó hasta poder ver a los propietarios de las voces que habían turbado su sueño. Era imposible. No lo podía creer. Allí, abajo, junto a un coche, había dos personas. Un hombre y una mujer que se besaban sin la menor discreción. No quería mirar más, sentía que estaba invadiendo la intimidad de la pareja, pero le pareció reconocer a la mujer. El pelo, la espalda, las manos… era... era ella. Era ella la que estaba besando a aquel desconocido. Se frotó los ojos para convencerse de que estaba despierta. Corrió asustada a su cuarto y volvió a sentir un vuelco en el corazón. Allí, sobre la cama, totalmente dormida, estaba ella. Descansando, ajena todo aquello. Su pelo, su boca, su cara... Salió corriendo a la calle, descalza, en pijama, aterrorizada. Corrió y corrió hasta dar la vuelta a la manzana. Hasta situarse bajo su propia casa. Se plantó frente a la pareja pero ellos no parecían poder verla. No entendía nada. Se estaba volviendo loca. Se sentó en el suelo para frenar los latidos de su desbocado corazón, y la vio. Con toda nitidez. Ella, ella misma, o tal vez otra que no era ella pero dormía en su cama y vivía su vida, cerraba la ventana con rotundidad al tiempo que le gritaba a la pareja: ¡hagan menos ruido, así no hay quién duerma!