El viaje 1

09.09.2013 18:33

Los libros tienen vida. Todo el mundo lo sabe. Vida propia, mejor dicho vidas propias porque su trayectoria depende del argumento, de la trama y de sus personajes. Depende de si se trata de un libro de autoayuda, muy sentidos ellos; de un libro de historia, que se creen que siempre lo saben todo; depende de si es un libro de economía, siempre metiendo miedo; una novela romántica, de misterio, de aventuras... Los libros tienen vidas y te permiten vivirlas una y otra vez. Te permiten vivir historias nuevas cada día y saborear lugares y situaciones que nunca habrías imaginado. Todo el mundo lo sabe, ¿no es así? Por ese motivo, el lugar más mágico de la casa de mis abuelos era la biblioteca. Desde que era niña admiraba aquella estancia por encima del resto de la enorme casa palaciega. Era un cuarto tirando a oscuro, con muebles de madera y numerosas estanterías repletas de vida. Tomos encuadernados en piel, enciclopedias, atlas, colecciones con la obra íntegra de un autor e incluso ediciones con toda la obra de una generación literaria al completo. Nada más comer, desde que era muy pequeña, me perdía en ese cuarto maravilloso, me tumbaba en el pequeño sillón de piel que había junto a la ventana y devoraba un libro tras otro hasta que llegaba la hora de irme. "Te vas a volver loca de tanto leer", me decía mi abuela preocupada en ocasiones. "Te vas a quedar ciega niña, y los ojos son para toda la vida", me decía otras. Peor era cuando me quedaba a dormir con ellos. Algunas noches me quedaba dormida a la luz de la pequeña lamparita de mesa que mi abuelo tenía junto al sillón. Recuerdo una noche especial es que mis abuelos se fueron a la cama sin darse cuenta de que yo seguía en la biblioteca leyendo. Tenía entre mis manos una historia del mismísimo Julio Verne, ya que por aquel entonces apenas había cumplido los doce años. Creo recordar que era un viejo ejemplar de "Viaje al centro de la tierra". Cuando estaba llegando a lo mejor de la historia, una fuerte ráfaga de viento abrió las ventanas de golpe y de manera inesperada. Al acercarme para cerrarlas pude verlo con toda claridad. Allí, junto a mí, mirándome, había una extraña criatura, mitad hombre, mitad caballo alado. "Sólo tenemos esta noche para solucionar un problema tan grande como el sol y sólo tú nos puedes ayudar, ¿nos acompañas?". Entonces, y sólo entonces, pude ver que no estaba sólo y que otros muchos seres tan imposibles como él, hombres lagarto, hombres pez, mujeres araña, todos ellos alados, le acompañaban. Cómo mi garganta no parecía emitir sonidos, convengamos que no es muy normal que te requiera en plena noche semejante comité de seres extraños, me limite a asentir con la cabeza. "¿Eso es que vienes con nosotros?". No acababa de repetir el gesto cuando la noche comenzó a tomar un rumbo bien distinto del esperado. A buen seguro alguna de las vidas ocultas en aquella biblioteca se acababa de apropiar de la mía.