Ella se lo dijo

12.03.2014 18:31

Ella le dijo que la vida era como deslizarse por un tobogán. Y él la creyó. ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo resistirse a su voz dulce y su aroma cálido? A sus caricias y a sus besos de adulto. Sus promesas eran recibidas como agua en agosto para un niño. Le dijo que sólo debía dejarse llevar, deslizarse cómodamente por sus recovecos hasta caer a una deliciosa piscina de agua dulce. Eso, ni más ni menos, era la vida. Fácil, bella, deliciosa. Ella se lo dijo. Y él la creyó. Y disfrutó dejándose caer, dejándose llevar en su caída hacia alguna parte desconocida. Disfrutó. Mucho, mientras pudo. El problema, los problemas, vinieron luego. Más tarde. Llegaron cuando ya no hubo forma de deslizarse, cuando ni siquiera quedó tobogán por el que dejarse caer. Llegaron cuando todo se hizo cuesta arriba y no encontró manera de remontar el camino. Se quedó parado. Atado de pies y manos a alguna vereda perdida en el camino, sin poder ver el agua, sin escuchar su rumor, sin saber qué hacer. La vida era sencilla, fácil, luminosa. Ella se lo dijo. Y él la creyó. Perdido y desorientado intentó, sin mucho ánimo, arañar terreno al abrupto camino que tenía por delante. Pero no lo consiguió. Demasiado esfuerzo. El tobogán se convirtió en una empinada pendiente, primero; en una montaña, después...; en un pico inalcanzable cuando, derrotado, se sentó a esperar que la vida volviera a poner a sus pies un tobogán del que pudiera dejarse caer... Así debía ser. Ella se lo dijo. Y él la creyó.