Juego de cartas

20.01.2016 17:56

Tenía esa mirada sincera que te desarma a la primera, sin ni siquiera proponérselo. No se le podía decir que no. Lo intenté muchas veces pero no tuve éxito. Era una de esas personas nacidas para triunfar y a la que, sin embargo, la vida vapuleó a su antojo. Tal vez justo por eso. A la vida le gusta romper las reglas del juego por capricho. Emprendió, sin desanimarse jamás, un negocio tras otro. Todos, en prinicipio, exitosos gracias a su inteligencia y a su cariz personal. Y sin embargo, todos acabaron hundiéndose por motivos ajenos a su trabajo. Una vez fue un rayo, otra un terremoto que destrozó el local, otra un atraco y en una ocasión incluso un cliente sufrió un infarto cuando se estaba probando un traje a medida. Otra se electrocutó con un rizador de pelo. No llegó a morir pero fue un hecho tan insólito y absurdo que la gente comenzó a pensar que le perseguía la mala suerte. Ni su mirada limpia y cautivadora le valió entonces. La mala suerte es la mala suerte y todo el mundo la quiere lejos. Pese a todo él seguía sonriendo, ayudando a quién podía y se dejaba, y fingiendo que no se daba cuenta como algunas personas cruzaban de acera cuando lo veían venir de frente. Tuvieron que pasar muchas décadas, era ya un anciano, para que toda su valía fuera reconocida. Tal vez porque se trataba de otro hombre tan inteligente como él, pero muchísimo más joven, apenas un niño. Sin prejuicios, sin miedos, sin temor. Juntos pusieron en marcha un imperio on line que nadie antes había imaginado. Estaba destinado al éxito y la vida, aunque jugó mucho con él, sabía que le debía una buena baza de cartas. También ella, a pesar de su naturaleza socarrona y pícara, sabía que no se le podía decir que no. Al menos, no siempre.