La cometa

06.11.2013 18:18

Nunca tuvo una cometa. Jamás la pidió y nunca se la regalaron, pero se acostumbró a verlas volar en la playa, frente a su ventana. Aquella cometa verde, en especial, era, de alguna manera, un poco suya. Volaba cada tarde hacia las siete, si el tiempo lo permitía, tanto en invierno como en verano. Surcaba el aire desafiante, con orgullo y con furia, sabedora que sólo ella podía caer desde lo más alto sin lastimarse. Consciente de que su libertad, durante unos minutos al menos, era absoluta. Cada tarde acudía a su cita con ansiedad. Apoyada en el marco de la ventana esperaba ansiosa el momento de ver cómo iniciaba su vuelo. Deseando saber, algún día, quién se encontraba al otro lado del hilo, quien le dibujaba corazones en el aire. Corazones que tal vez sólo ella podía ver, pero corazones al fin y al cabo. Nunca tuvo cometa. Jamás la pidió y nunca se la regalaron. Pero aquella cometa verde era un poco suya. Envejeció viendo como bailaba al ritmo que le marcaba el viento. Cada vez más ajada, más descolorida, más vieja. Envejecieron juntas hasta que un buen día no acudió a su cita de las siete. No pudo. La cometa dibujó, como siempre, corazones en el cielo, pero esa vez no había nadie para verlos.