La conversación

18.09.2013 09:21

El anciano se giró hacia donde él estaba con los ojos brillantes. Se quedó en silencio unos segundos no porque no supiera qué decir, probablemente porque estaba buscando las palabras para hacerlo de la manera más correcta. "Dices que no eres feliz. ¿Sabes acaso qué es la felicidad?", le preguntó. El hombre, con el rostro marcado por el cansancio, se encogió ligeramente de hombros. "Creo que ha habido momentos en mi vida en los que he sido muy feliz". El anciano sonrió y asintió con la cabeza. "Exactamente eso es la felicidad: instantes de luz en medio de una enorme oscuridad. La gente piensa que para ser feliz nada debe nublar el paisaje, ninguna piedra debe estorbar en el camino, cuando la realidad es que la felicidad la producen los instantes en que el cielo se despeja y el esfuerzo que realizamos para sortear la piedra". "Puede ser, pero hace mucho tiempo que dejé de sentirme bien por esas pequeñas cosas", insistió el hombre. "Ese es tu gran problema, que has dejado de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida esperando algo mucho más grande. Algo que no existe o al menos que nadie ha alcanzado". "¿Nadie es feliz entonces?". "No. Todo lo contrario, todos hemos tocado la felicidad con la mano pero en dosis muy pequeñas. El ser humano no está preparado para nada más. Tal vez dentro de siglos o milenios". "Para aquel entonces no existirá el mundo". "No estaremos nosotros, pero el mundo seguirá aquí". El anciano se echó a andar, consciente de que esa ha sido siempre la única manera de hacer el camino, y el hombre lo siguió de lejos porque sabía, en el fondo de su alma, que su destino era seguir caminando. Seguir buscando la luz, sorteando las piedras, seguir haciendo caminos para los que vinieran detrás.