La mariposa

11.07.2013 11:46

Nunca le gustaron las mariposas. Reconocía la belleza de sus alas, llenas de brillantes colores. Pero pensaba que en el fondo eran oscuras. Retorcidas. Feas. Sus alas eran tan sólo un engaño. Una apariencia ilusoria que, creía, acabaría por evaporarse. Nunca le gustaron las mariposas. Su aleteo juguetón y revoltoso le ponía nervioso. No las entendía. Envidiaba, en el fondo, su sensación de enorme libertad a pesar de su aparente fragilidad. Nunca le gustaron las mariposas. Nunca. Al menos hasta que una de ellas cayó herida a sus pies. Se había lastimado una de sus alas, de colores anaranjados y rojizos. No podía volar bien. Venciendo una inicial, e inevitable, porque que no decirlo, repulsión, la recogió del suelo y llevó a su casa. Allí le buscó una caja con salida de aire y se metió en internet para saber qué pasos debía de dar para ayudar al animal porque, si bien es cierto que nunca le habían gustado, tampoco se le pasó jamás por la cabeza hacerle daño a ninguna. La alimentó con flores, la cuidó con mimo y acabó por sacarla al jardín para que se moviera a su antojo. Poco a poco fue mejorando a ojos vista. Sus colores, algo ajados por el accidente sufrido, se recuperaron y brillaron con más intensidad todavía. Cuando pudo volar por fín, él se alegró como nunca pensó que podría alegrarse. En esos días, semanas tal vez, aprendió a ver la belleza de su cuerpo de insecto. La luz que transmitía en cada movimiento. La suavidad de su aleteo. Cada tarde la mariposa regresaba al jardín y pasaba horas junto a él. Se posaba en su mano, en su cara, comía de sus flores... Nunca supo cuando comenzaron a gustarle las mariposas exactamente, y tampoco supo explicar porqué motivo no le habían gustado antes. Nunca supo porqué esa mariposa había caído a sus pies. Nunca.