La mujer

10.01.2018 13:27

Asumía temporalmente el puesto de una compañera en la televisión y justo por eso llegaba con tiempo al despacho en la empresa audiovisual. A esas horas no había nadie. Las máquinas, los ordenadores, las pantallas y el plató de televisión vacío. Todo tranquilo. Encendió su equipo y se dispuso a ver qué había ocurrido durante las horas de la noche y si alguien había informado ya de ello. Fue entonces cuando la vio, como de pasada. Una mujer cruzaba despacio los pasillos mirando hacia delante. Pensó que sería una turista que, al encontrarse la empresa ubicada en un hotel, se había confundido de estancia. Se levantó para sacarla de su error pero allí no había nadie. Recorrió todos los cuartos, incluido el baño, y allí no había nadie. Me tengo que tomar un café cargado y empezar a acostarme antes, pensó. Siguió con lo suyo, pero ya con una extraña sensación. No habían pasado ni quince minutos cuando al levantar la vista de la pantalla volvió a ver a la extraña mujer realizando el camino de vuelta. “Oiga”, gritó, mientras saltaba de la silla hacia la entrada. Nadie. Sólo una sensación extraña de frío y un miedo creciente, e inexplicable, en el cuerpo. Comenzó a llegar la gente y la sensación se fue difuminando hasta que terminó por olvidarlo. A la mañana siguiente volvió a realizar su rutina de siempre. Encendió el ordenador, miró los correos, leyó otros digitales y, cuando había comprobado que todo estaba controlado, se levantó a por agua. Con la taza llena hasta los bordes y haciendo equilibrios se la encontró de frente. “Hola”, fue lo único que su voz se permitió decir. “¿Has visto a mi hija?”, le dijo la mujer. “...no”, contesté. “No la encuentro. Vengo todos los días a buscarla pero no la encuentro”. Lo dijo en voz muy baja. Y prosiguió. “Me dijeron que se había escapado, pero yo nunca me lo creí, creo que se asustó con el incendio y vengo todos los días por si se escondió en algún rincón y no la pudieron encontrar”. “¿Qué incendio?”, pregunté perpleja. “El del hotel. Se quemó. El hotel ardió y mi hija desapareció para siempre”. Me quedé pensando que aquel hotel, en efecto, se había quemado hacia casi treinta años, pero aquella mujer no tendría más de 25, era imposible que hubiera estado allí y mucho menos que tuviera una hija. “¿Dónde estaba usted”, le pregunté. “En la última planta. Duchándome. Nunca pude salir de allí, pero no sé porqué... no me quemé, y aquí estoy desde entonces. Bajo todas las noches desde mi habitación para buscar a mi niña... ¿la has visto? ¿Has visto a mi hija?”. Y se marchó de la misma manera que había venido sin que nadie, salvo yo, pudiera verla.