La sombra roja

22.04.2015 18:09

Ilustración: Adriana SanDec

 

Llevaba semanas siguiendo de cerca a la chica pelirroja. Desde el primer día que la vio, lo supo. Era ella. Era perfecta para el trabajo. No la conocía de nada, pero su intuición rara vez le fallaba. Pronto se dio cuenta de que era discreta, ágil, astuta e inteligente. Preguntó a la gente que supuso conocida, pero no supieron decirla nada de ella. Nadie sabía quién era, ni siquiera conocían su nombre.  Muchos no sabían ni de quién hablaba. No la recordaban. Indagó en los informes secretos del Estado y no parecía estar censada. No parecía existir, pero allí estaba. Él, que llevaba años encargándose de encontrar a los mejores agentes infiltrados del mundo, no se equivocaba: aquella chica tenía madera de espía. La chica pelirroja sería la próxima sombra infiltrada en las altas instituciones, en los bajos fondos, se convertiría en los oídos de la Inteligencia Nacional. Ahora llegaba la parte más complicada: buscar la manera de hacerle atractivo aquel trabajo. No era fácil, lo sabía, pero si alguien era capaz de hacerlo, ese era él. Un buen día, no recordaba si jueves o viernes, la siguió en su rutina diaria. Su recorrido, entre semana siempre era el mismo. Su pelo era tan brillante y de un rojo tan intenso que se preguntó cómo era capaz de lograr que la gente se olvidara de ella. De pronto, ella aceleró el paso. Él hizo lo propio, pero al volver una esquina, ya no estaba. Miró a su alrededor, hacia todos lados. Nada. No había nada. Sintió un ligero mareo, todo se volvió negro y notó que perdía el sentido. Cuando abrió los ojos, un grupo de personas se agolpaban sobre él, allí en medio de la calle. “¿Se encuentra usted bien, caballero? Parece que se ha desmayado”. “Estoy bien, creo”. Se levantó con dificultad y aturdido. ¿Qué hacía allí? ¿Qué se le había perdido en aquella parte de la ciudad? No podía recordar nada. Comenzó a caminar despacio, recobrando poco a poco las fuerzas. No vio, o tal vez si la vio pero no reparó en ella, a una chica pelirroja que se chocaba de frente con él. “Perdone”, le dijo y siguió caminando. “No pasa nada”, contestó. Aquel rostro le recordó a alguien. Pensó unos instantes, pero desechó rápido sus pensamientos. No la había visto jamás. Tampoco le pareció nada interesante.  Por la calle, precedida por la aureola de su melena roja y resplandeciente, la chica pelirroja caminaba tranquila. Otro peligro sorteado. Su identidad verdadera no corría peligro.