Los bombones

02.05.2013 18:19

Tenía una enorme caja de bombones. La más grande que había visto nunca. Eran de una delicadeza inusitada. Rellenos de frutas exóticas y licores muy apreciados. El chocolate era, por supuesto, el mejor del mercado. Cada bombón era, en sí mismo, una auténtica filigrana artística realizada por el más prestigioso pastelero. Siempre tenía la caja en un lugar destacado de la cocina, suficientemente fresco para que no se estropearan, pero cuidadosamente ubicado para que fueran vistos y apreciados. ¡Qué buena pinta!, le decían. Y ella se enorgullecía como si fueran sus propios hijos. Por supuesto, nunca se los ofrecía a nadie porque nadie le parecía lo suficiente bueno, delicado y gourmet como para saber apreciarlos. Hasta que un buen día apareció esa persona que ella sabía que disfrutaría como nunca paladeando en su boca la exquisitez de sus bombones. Le ofreció uno y se deleitó viendo como los dedos de su invitado desnudaban la pequeña obra de arte con cuidado, sin prisa pero sin pausa. El papel brillante fue cayendo y el chocolate brilló con todo su esplendor. Al acercárselo a la boca, su invitado le dio un sensual mordisco. Pequeño, delicado, como muerden los que saben hacerlo debidamente. No fue tan delicado su exabrupto al escupir su contenido repleto de gusanos. Gusanos verdes, amarillos, pequeños, grandes, informes... Finalmente, fueron ellos los que se dieron un auténtico festín con los exquisitos y artísticos bombones. Un banquete digno de Reyes. O de gusanos.