Mil mujeres en una

11.10.2013 10:32

Mientras todas sus amigas salían a tomar algo, ella prefería quedarse en casa. Se servía un refresco, se hacía algo de comer y se sentaba frente a la pantalla de su viejo ordenador para descubrir los reconditos rincones del alma de todos aquellos seres que, como ella, preferían vivir tras la pantalla. Allí, con la seguridad que le daban su pantalón de chandal y su camiseta de estar en casa, podía gestionar otras vidas, las que nunca tuvo pero le hubiera gustado vivir. Hablaba con desconocidos y para ellos era alta, rubia y con unas medidas de infarto. Para ellos era resultona, agresiva e inteligente. Era perspicaz y sarcástica. Era, en definitiva, todo aquello que hubiera podido llegar a ser si hubiera decidido vivir y no soñar. Ser y no imaginar. Durante horas su otro yo brillaba en la pantalla y deslumbraba a cuántos se cruzaban en su camino, seres anónimos con tan pocas ganas de descubrir, de disfrutar, de vivir su realidad como ella misma. Cada noche se repetía la misma escena, cuando la casa quedaba en silencio, ella resurgía de sus propias cenizas. Cuando el mundo comenzaba a latir, ella dejaba en suspenso su respiración para dársela a otros seres imaginados. Era mil mujeres en una sola y nadie lo sabía. De hecho, muy pocos podrían adivinar por su aspecto apocado y anodino todo lo que podía llegar a ser. Su intensa vida en la red. Un día dejaron de llamarla sus amigas. Para qué iban a seguir haciéndolo, si nunca respondía. Sus compañeros de trabajo dejaron de invitarla a tomar algo. Sus vecinos se aburrieron de sugerir su participación en actividades comunales. Su propia madre, aburrida de ausencias, fue espaciando sus llamadas. Un día, dejó de ser quién era para convertirse en todas ellas. En todas las mujeres que nunca había sido y anhelaba llegar a ser. Un día olvidó levantarse de la silla, olvidó apagar su ordenador e ir a trabajar. Un día olvidó dormir y olvidó despertar, y se introdujo en la red de la manera más natural del mundo, para no volver a salir de ella.