Nada de nada

08.06.2015 18:20

Se me vaciaron los sueños. No sé cómo ocurrió, un día, sin darme cuenta, me quedé en blanco. Una niebla espesa y densa cubría mi antes nítida y prolífica imaginación. No quedaba nada. Nada por soñar. Nada por imaginar. Nada por ambicionar. Nada. De alguna manera, pensé, debo haberlo soñado ya todo. He agotado los recursos oníricos de toda una vida… ¿tan pronto? Cerraba los ojos y la nada se acomodaba a sus anchas en su nueva casa. Confortable y tranquilizadora. El universo de colores que antes poblara mis noches se volvió de un gris mortecino. Dormía mejor, eso sí, como en un colchón mullido de plumas. La nada, el no tener que pensar, es lo que tiene, una cierta comodidad mortífera. Se me vaciaron los sueños, apenas a mitad del camino. Tantas cosas por construir en mi mente y habían desaparecido los materiales para crear nuevas utopías. Se fueron también los miedos, las inquietudes, las ilusiones, los planes, los proyectos, las esperanzas. La nada se lo quedó todo para sí misma. No sé qué fue lo que pasó. Mis médicos tampoco supieron decirme qué había ocurrido. Al principio a todos los parecía algo muy extraño, pero pronto pasó al rincón de las rarezas olvidadas. Me fijé, en un último intento de resguardar algo que había sido tan mío, que junto con los sueños parecía haberse marchado el brillo de mis ojos, antes siempre inquietos y vivaces, ahora mortecinos y apagados. Pronto noté que a nadie le brillaban ya los ojos. Todo el mundo parecía haber adoptado una tonalidad mate, último grito en esta temporada. Los periódicos relegaron las palabras más esperanzadoras, ahogaron las últimas ilusiones y las películas reflejaban únicamente una realidad adocenada y burguesa en tono gris oscuro. La nada se había adueñado de todos los sueños, de todas las cosas. Nadie sufría por desear más de lo que podía alcanzar. De hecho, nadie deseaba nada. Con el tiempo dejé de preguntarme dónde se almacenarían todos los sueños robados. Con el tiempo no me pregunté nada. Nada de nada.