Pisadas

22.04.2013 12:35

Siempre supo que el día que dejara de oír sus pasos las cosas irían mal, muy mal. Vivía en el piso de arriba y no se conocían más que de vista. Él sabía que ella era una mujer guapa, agradable y que vivía sóla con su perro. Ni siquiera eran amigos, sólo vecinos, pero se había acostumbrado al ruido de sus pasos por el pasillo y sabía, a cada hora del día, cada segundo, lo que ella estaba haciendo. Sabía que enamorarse de un ruido no era normal. No era tonto, ni tampoco un perturbado, pero, por lo que quiera que fuera, se había acostumbrado a escucharla y, de alguna manera, se había obsesionado con el sonido de sus tacones. Ese verano dejó de escucharla. Las primeras horas pensó que tal vez se había dormido y no se había levantado de la cama, pero cuando no la escuchó durante todo el día, comenzó a preocuparse. Pensó que podría estar enferma, incluso muerta, que se habría marchado del piso, que habría salido de viaje urgente... pensó tantas cosas que llegó a creer que la cabeza le estallaría. Cuando no pudo soportarlo más, recorrío, por primera vez, los veinte escalones que los separaban. Nunca pensó que llegaría a tanto, pero llamó al timbre de su puerta. Se quedó sin palabras cuando ella abrió la puerta. Se miraron, él sin entender nada, ella sonriendo dijo: "Me he descalzado para ver si así, por fin, subías". Se equivocó. Fue un final feliz.