Poder decir que no

12.01.2018 09:06

 

"“No ha sido nada. No me ha hecho daño. No debí llevarle la contraria delante de tanta gente”. Lo dice en un susurro, con el maquillaje tapando apenas los moratones, tan reiterados que ya casi parecen tatuados en la piel. “Pero él me quiere. Es que es así”. Sus manos, delgadas, enjutas, nerviosas, se mueven a la vez que habla. Todo su cuerpo dice a voces que tiene miedo. De él, de sí misma, de la sociedad, de todos. Alguien la educó para pensar que hay que soportarlo todo. Que no debía mostrar felicidad en público, salvo que su marido fuera el motivo de la misma. Que decir que no, no es adecuado. Que no debía reír. Alguien le hizo creer que el amor es sumisión, dolor, tortura y eterna tristeza. Le hicieron pensar que estaba bien que sus hijos se educaran en ese ambiente miserable y retorcido y que crecieran pensando que ese era el rol que debían asumir. Que se hicieran hombres convencidos de que las mujeres estaban en la tierra para agradar. Una gran mentira bajo la que se han sometido miles y miles de mujeres en la historia… Hasta que una dijo NO. Hasta aquí. Y luego otra. Y otra más. Y hubo quien dijo que las mujeres estaban locas. Que eran ‘feminazis’ porque ya no se dejaban agredir ni verbal, ni físicamente. Porque, a quién se le ocurre, querían cobrar lo mismo que los hombres por hacer el mismo trabajo. Querían poder decidir. Y no tener que maquillarse nunca más los moratones. Que, de hecho, no querían soportar a nadie que las lastimara. Y que nadie tenía derecho a hacerles daño nunca. Las mujeres no quieren agradar. No quieren que las miren como objetos de deseo. No quieren nada que no quieran los hombres. Quieren compañeros de camino con los compartir risas y penas, logros y fracasos, quieren pasar por la tierra de la mano de su pareja, no a sus pies. ¿Es tan difícil de entender? Todo eso lo pensaba su interlocutora, mientras la miraba, con sus moratones mal disimulados, sus ojos rojos de haber llorado y su miedo, su eterno miedo, a ser feliz".