Rutinas

07.05.2014 10:03

 

Imagen: Pinterest.

 

Era un hombre de costumbres. Se levantaba a diario a la misma hora, por el mismo lado de la cama y con el mismo mal humor. Repetía el ritual matutino con la indiferencia del que no tiene más remedio que seguir adelante con un mal proyecto que no le interesa, aunque se trate de su propia existencia. Cada día tomaba café en el mismo sitio y junto a él se sentaba una mujer de mediana edad que removía lentamente su infusión durante unos veinte minutos, para acabar tomándola a medias para salir corriendo de vuelta al trabajo. Aquel día ella no estaba. El taburete vacío junto al suyo en la barra del bar le producía un cierto desasosiego injustificado. Se tomó el café incómodo y recorrió el resto de sus rutinas diarias de manera distraída y algo perturbado por la variación de una de las constantes de su vida. A la mañana siguiente, se levantó seguro de que ese día todo volvería a ser normal.

A la hora del café, se dirigió al sitio acostumbrado, se sentó en su taburete, esperando, pero ella no apareció. Tal vez había cambiado su hora del café, pensó. Y espero un poco más. A fin de cuentas era su propio jefe y nadie le diría nada porque se ausentará una hora de su trabajo. Pero la espera fue inútil. Ella no fue. Al tercer día de ausencia repetida, no pudo más y le preguntó al camarero. “¿Sabe usted la señora que cada mañana toma café junto a mí?”. “¿Doña Pilar?”. “Supongo… es que como hace días que no la veo… pensé que le podría haber pasado algo”. “Pues ahora que lo dice, sí que es raro. Ella es cómo usted. Siempre viene los mismos días a la misma hora. Nunca había faltado al café en los últimos años, desde que murió su marido”.

Ambos se quedaron callados. El camarero porque no tenía nada más que decir, él en espera de algo más, de alguna frase clave que aclarará sus dudas, que calmara su desazón. Pero nadie dijo nada y se marchó.

Durante toda la semana siguiente, la ausencia de su compañera de rutinas se convirtió en una losa a su espalda. Deambulaba por la calle sintiéndose extraño y comenzó a hacer cosas raras. Bueno, no es que fueran raras… eran extrañas por desacostumbradas. Fue a ver a sus hijos y a sus nietos, fuera de los horarios  que  él mismo se había impuesto los fines de semana; visitó la tumba de su esposa sin que fuera domingo, fue al cine, a comer a un restaurante… rompió todas y cada una de sus rutinas por puro placer. Y le gustó.

Cuando al lunes siguiente, a la misma hora, la volvió a ver allí sentada, sonrió para sus adentros. Guardó silencio unos instantes, como para coger impulso y se volvió hacia ella. “¿Pilar?”. “Sí”, contestó ella extrañada, pues nunca se habían dirigido la palabra. “¿Me estaba preguntando si le apetecería dar un paseo por el puerto… hace tan buena mañana?”. Ella abrió los ojos como platos, pero no pudo ocultar una sonrisa de franca extrañeza. “Aunque pueda parecer extraño, la he echado de menos estos días”. "Es difícil romper ciertas rutinas", contestó ella, y salió junto a él del establecimiento. Le apetecía mucho dar se paseo.