Su risa

03.07.2013 10:23

Siempre pensó que su risa era el mejor alimento para el espíritu. Sus carcajadas eran comestibles. Maná del cielo. Sus ojos, enormes y rodeados de pestañas infinitas, se reducían a una línea fruncida y lejana. Su boca, eterno manantial de deseo, se expandía y se hacía grande, inmensa, inabarcable. Pero lo mejor era el movimiento de su cuerpo al reír. Como una cometa al viento, temblorosa pero firme. Siempre segura. Era algo digno de verse. Digno de admirarse. En aquellos instantes la amaba más que nunca. De una manera que, ni tan siquiera, hubiera creído posible. Siempre pensó que su risa era como un café recién hecho tras una noche de fiesta. De resaca. Como un gran baño de agua fría, helada, en el desierto. La parada en el camino. El abrigo en las noches de invierno. Un abrazo en los momentos de infinita soledad. Era su risa, sólo ella, la que calmaba su inquietud en los días malos. La que le hacía pensar que los sueños que parecían haber quedado atrás podrían recuperarse y volver a convertirse en la meta anhelada. Siempre pensó que su risa era el paraíso. Por eso, precisamente por eso, cuando su boca se olvidó de reír, cuando el tiempo marchitó sus ojos y segó sus pestañas infinitas, cuando lo único que quedaba de ella era su recuerdo, la quisó más que nunca. Más que en la felicidad que compartieron, más que en su juventud más preciada, más que la primera vez que la vió. Y aprendió, siempre es posible seguir aprendiendo, que él podía reír por los dos y rescatar, a su manera, una pequeña parte del tesoro más preciado del mundo. Siempre pensó que su risa sería lo último que escucharía. Decidió que, a veces, es mejor no pensar.