SUDOR

23.08.2017 18:02

Tenía muchísimo calor. Los termómetros superaban en la calle los 40 grados por cuarta vez ese verano, pero él no había dejado de acudir diariamente a su cita con la salud: al gimnasio. Cada tarde, de siete a ocho, lloviera, nevara, granizara o hiciera un calor como el de aquel día, él acudía a su centro deportivo para cumplir con su entrenamiento diario. Máquinas, pesas, algo de colchoneta, bicicleta… iba variando cada día. Aquel día se subió a la cinta de correr. Empezó a un ritmo suave y, poco a poco, lo fue acelerando. Las gotas de sudor se iban escurriendo por su frente, pero él no dejaba de correr. Tenía la camiseta y el pantalón completamente empapados, pero él seguía aumentando la velocidad. Tenía que compensar los excesos del fin de semana y el ejercicio era la mejor manera. El resto de gente que había acudido aquel calurosísimo día de agosto al gimnasio, no demasiados por otra parte, se había ido marchando. Aquél día, por si fuera poco, el aire acondicionado fallaba y el calor era insoportable. Él no se dejó amilanar y continuó corriendo. Más incluso del tiempo acostumbrado. De hecho, su bono le permitía ir todo el tiempo que quisiera a diario. Más rápido, más minutos, más potencia… más calor. Si en el exterior los termómetros marcaban 40 grados, su temperatura corporal debía superar lo humanamente soportable. Aunque el sudor hacía tiempo que le empañaba los ojos, él había decidido dar el do de pecho aquel día. Ni siquiera paró a beber agua, tal y como solía hacer con regularidad. Tal vez fueron las copas del sábado de noche, o la paella del domingo, o aquella tarta a la que no fue capaz de renunciar, fuera como fuera estaba convencido de que aquel lunes debía expiar sus pecados y la cinta le pareció la mejor manera. Correr. Correr. Correr. Correr. No podía pensar en otra cosa. Tal vez por eso no se pudo dar cuenta de que ya no sentía cansancio, ni calor, ni dolor, ni el sudor… ya no sentía nada. Nada de nada. Cuando el encargado del gimnasio se dirigió, a su hora habitual, a hacer el recorrido por las salas para, posteriormente, cerrarlo, y se encontró su mochila, su botella de agua, su ropa tirada en el suelo y un gran charco de lo que parecía ser agua pero olía sospechosamente a sudor, no entendió nada. Hay cosas que no son fáciles de entender.