Un Martini, por favor

06.06.2013 20:21

Le gustaba en vaso ancho, con hielos, una rodaja de limón y, por supuesto, una aceituna. Sabía que no era el vaso en que tradicionalmente se bebía el Martini, pero a ella le sabía mucho mejor. Era parte de la magia de esa bebida. La mezcla del sabor amargo, un poco aguada por el hielo, el limón y la sal, indispensable, de la oliva. Cuando pedía un Martini blanco y se lo ponían en copa, en vaso de tubo o incluso, le había llegado a pasar, en vaso de agua o de Nocilla, no le sabía igual. Tampoco cuando lo servían con una rojiza guinda y una rodaja de naranja. Cuando eso ocurría apenas probaba la bebida. Le gustaba ir al bar de siempre y pedir un Martini blanco "como a ella le gustaba". Cruzaba las piernas y se sentía, por un instante, sólo por un segundo, alguien diferente. Una diosa. Olvidaba sus problemas y se recreaba en saborearlo. En degustarlo. En desear que nunca se acabara. Le gustaba en vaso ancho, con hielos, una rodaja de limón y, claro está, una aceituna. Y cuando acababa la bebida, la saboreaba, verde, salada, inigualable, en su boca, como si estuviera besando a un amante imaginario. Imposible. Único. Y, sin embargo, rechazaba a todos aquellos que se acercaban a ella mientras llevaba a cabo su ritual. Era la magia de la bebida. Agitada, no removida. Removida, no agitada. Luego volvía a su vida. A su monotonía. A quienes de verdad la amaban. A su mundo. Pero sabía, sólo ella lo sabía, que durante unos instantes podía ser tan misteriosa y magnífica como hubiera deseado. Le gustaba su sabor amargo y dulce a la vez. Como la vida.