El aroma a sal

16.10.2013 09:41

Cuando oyó su voz, a lo lejos, pidiéndole que fuera desde el salón, le pareció normal. Era un poco pronto para que estuviera en casa, solía llegar por la tarde, pero dio por hecho que tendría el día libre. Hablaron de cosas intranscedentes. Lo habitual en una pareja que lleva muchos años escuchándose, pero lo hicieron muy cerca el uno del otro. Pudo notar su aroma, esa mezcla a sal y colonia, ese olor a mar y salitre que siempre se había mezclado con el suyo propio. Durante muchos años añoró ese aroma. Él pasaba mucho tiempo embarcado y su ausencia era tangible para todos. Cuando volvía toda su vida se transformaba en una fiesta. De alguna manera, ahora le pasaba lo mismo. Ya eran muy mayores, pero cada regreso era una fiesta para ella. Escuchó la cerradura y dio un brinco. "¿Quién está ahí?", gritó. "Soy yo, mamá", la voz de su hija le respondió desde la puerta. "A veces se me olvida que ya sois mayores y que todos tenéis llave de la puerta", murmuró ella. "¿Con quién hablabas?", le preguntó al darle un beso. "Con nadie cariño, con nadie", le contestó. "Las viejas hablamos solas, ya lo sabes. ¿Quieres un café?". "Bueno, uno rápido que me he escapado un rato del trabajo. Pasas demasiado tiempo sola en casa, mamá. Deberías venir a vivir con nosotros o con cualquiera de las chicas. Todas estarían encantadas de acogerte". "Estoy bien cariño, estoy bien. No quiero dejar esta casa. En ella tengo... muchos recuerdos". Camino de la cocina, se lo explicó en un susurro. "Es pronto para decirles que has vuelto querido", murmuró apenas para sí. "Ellas no lo entenderían. Tienes que creerme. Para ellas estás muerto". Él acarició su pelo y su cara como siempre hacía, y ella pudo volver a oler su aroma. Jamás abandonaría esa casa. Tenía sus motivos, pero ellas no lo entenderían.