El coleccionista de corazones rotos

11.09.2013 19:33

Nunca tuvo la menor duda de que tenía su corazón. Era su único poseedor. Daba igual el tiempo que pasara. Daba igual la distancia que los separaba. Era su propietario. Así eran las cosas. Las chicas se volvían locas por él y él decidía si las amaba o las dejaba morir de amor. Siempre había sido así y no veía nada anormal en ello. Por eso, justo por eso y no por otro motivo, le extrañó volver a verla sonreir cuando él no le había dado permiso para que lo hiciera. Él era el único que podía provocar su sonrisa con un simple gesto, pero no lo había hecho. Ella sonreía y era feliz por otro motivo. Y el simple hecho de que algo generara felicidad en una de sus víctimas, amantes, amadas, tal vez denostadas, le inquietaba. Quién era ella para decirse, sin su permiso, a amar a otro. Quién era ella para tener otro amante que no fuera el mismo desamor que él le regalaba a diario. Comenzó a seguirla por la calle, a perseguirla en sus salidas, a vigilarla en sus encierros, a mirarla día y noche, y de tanto observarla, como posesión devaluada que tenía olvidada, empezó a redescubrir su belleza, su inteligencia, su dulzura. De tanto odiarla por no desearle como antes, volvió a desearla como antes la deseaba. Cuando tocó a su puerta para exigirle el amor eterno que tantas veces ella le regaló sin resultado, se encontró con su bella sonrisa dibujada en los labios. "No", le dijo. "¿No?". Su cabeza no daba crédito, ¿quién había usurpado su puesto de león en aquella selva que le pertenecía? "¿NO?", le chilló sin medir el volumen de su voz. "No", contestó ella en un susurro. "Te quise mucho, pero ya no te quiero, y desde que descubrí que la felicidad está en no quererte, soy cada día un poco más feliz". No, ella había dicho que no. Poseía muchos más corazones rotos para manipular a su antojo, pero ese era el único que deseaba ahora. Ése, ese corazón, que jamás volvería a poseer.