El vestido

09.05.2018 18:31

 

Cuando vio aquel vestido en aquella tienda de segunda mano no pudo quitarle los ojos de encima. Era la primera vez que entraba en aquel establecimiento. En realidad, era la primera vez que entraba en una tienda de ropa usada. Siempre le había parecido… raro. No se sentía cómoda usando ropa que había llevado alguien antes. Sin embargo, nada más entrar y ver la cantidad de clientas de todo tipo que había en la tienda, algunas muy bien vestidas y evidentemente acomodadas, se le fueron quitando los prejuicios. Y la ropa, la ropa era preciosa, nadie hubiera dicho que no era nueva, sobre todo aquel vestido rojo sangre colgado en una percha solitaria. Cuando miro el precio no se lo podía creer. Era de un modisto muy respetado y de fama internacional, cómo era posible que nadie se lo hubiera llevado ya. Le preguntó a la dueña. “Es precioso, es cierto, pero por algún motivo todo el mundo que se lo prueba asegura que le queda mal”, dijo ésta en un arranque de sinceridad. No pudo evitarlo, inmediatamente cogió el vestido y se fue al probador para comprobar cómo le quedaba a ella aquella belleza de traje. “Como un guante”, le dijo la propietaria de la tienda nada más salir con el vestido puesto del vestuario. “Estás guapísima”. Así se sentía ella, radiante. El vestido la hacía, de alguna extraña e inexplicable manera, más guapa, más alta, más esbelta y se sentía mejor que nunca. Y era tan barato… tan barato… “Me lo llevo”, anunció. “No te arrepentirás”, sentenció la dueña al tiempo que pasaba la tarjeta de crédito por su datafono.

No tardó en estrenarlo. Esa misma noche tenía una cena con un amigo que pretendía que llegara a ser algo más. Se puso más guapa que nunca. Se maquilló con cuidado, dejó su pelo liso suelto, y combinó el vestido con unos zapatos y un collar a juego. Ella misma se sintió más guapa que nunca. De camino a su cita supo que era el blanco de todas las miradas. Los hombres se volvían al pasar y las mujeres la miraban, obviamente, con envidia.

Al entrar en el restaurante hasta el maitre le dedicó una sonrisa de oreja a oreja y él… supo inmediatamente que había conseguido su objetivo: impresionarlo.

Se sentó en la silla que él se había levantado a separarle educadamente… y de repente, todo se volvió borroso. Brumoso. Inexistente.

No supo cuantas horas había estado inconsciente, pero cuando despertó estaba rodeada de gente. Camareros, policías, personal de seguridad… había gente por todas partes y ella apenas podía respirar. “¿Qué ha pasado?”, preguntó a un policía que se encontraba junto a ella. “¿No recuerda nada señorita?”. “No. Sólo sé que todo se volvió neblinoso y creo que me desmayé”, respondió. “Pues, le anuncio que está usted detenido por matar a su pareja”.

De repente el aire se hizo doloroso y los sonidos se apagaron a su alrededor. “¿Matar a mi pareja? ¿Qué pareja? ¿Quién está muerto?”…

“No sé si era su novio o no, pero según decenas de testigos acuchilló usted al chico con el que cenaba en mitad de la cena con el cuchillo de cortar la carne, y no paró de dar cuchilladas hasta que lo mató, le dijo el policía.

Asustada, intentó ponerse en pie, pero sus piernas apenas la sostenían. Miró de soslayo su precioso vestido sobre el que no había ni una sola mancha de sangre, pero le dio la impresión de que era mucho más rojo que antes. Su color había cobrado intensidad.

Semanas más tarde, una chica se quedó mirando el vestido en un perchero de una tienda de segunda mano. “Que vestido más bonito”, le dijo a la dueña. “Sí, es precioso, pero no se que pasa que siempre lo acaban devolviendo a la tienda, y cada vez regresa es aún más bonito que en la ocasión anterior. Es un vestido muy particular”. “Qué lástima, creo que no me quedaría bien”. La dueña la miró fijamente. “Si quiere que le diga la verdad, a mí me da la impresión que es el vestido el que escoge a sus dueñas”.