La cama

19.11.2013 13:25

Le gustaba meterse en la cama cuando hacía mucho frío y sentir el peso de las mantas sobre su cuerpo. Siempre le había gustado, desde que era niño. La cálida sensación de comodidad que le invadía en aquellos momentos le hacía olvidar cualquier preocupación. Aquella noche llegó tarde a casa, nadie le esperaba porque adelantó su regreso de un viaje y decidió acostarse en el cuarto de invitados para no despertar, ni asustar, a su mujer. En la calle comenzaba a nevar y decidió dejar la persiana subida para poder ver caer la nieve entre las mantas. Poco a poco el sueño fue apoderándose de su cuerpo y de su mente, y ni la belleza de la nieve pudo contener el peso de sus párpados. Se despertó algo acalorado con la sensación de que debía ser muy tarde. Su cabeza, que se dejaba mimar por la almohada, estaba totalmente cubierta por las mantas. Una reminiscencia de su infancia miedosa. Maniobró torpemente para poder asomarse entre sábanas y mantas pero no fue capaz. Estaba medio dormido y se sentía algo desmañado. Volvió a intentarlo sin éxito alguno. Comenzó a ponerse nervioso y lo que inicialmente eran meros manotazos pronto se transformaron en patadas y puñetazos al aire. Imposible. Las sábanas parecían adheridas a las mantas y éstas, a su vez, forjadas a fuego a la cama. La almohada, por su parte superior, era la lacra que sellaba aquel sobre absurdo en el que se encontraba encriptado. Aquello no tenía ningún sentido. Intentó gritar para pedir ayuda pero su voz había desparecido. No podía chillar, ni hablar, ni tan siquiera susurrar. Nadie sabía que estaba en casa. De hecho, ningún miembro de la familia solía entrar en aquel cuarto de invitados que tan sólo se abría los sábados para la limpieza semanal de la casa. Cada vez tenía más calor y se sentía más pesado. La angustia le invadió por completo. No podïa pensar con claridad. Comenzó a dar vueltas compulsivas a un lado y otro del colchón, arrastrándose como podía, pero pronto se agotó. Las mantas eran cada vez más pesadas y la oscuridad se hacía mayor. Más densa. Más hiriente. Le dolía la cabeza y le costaba respirar. Desesperado decidió abandonar su infructuosa lucha contra el enemigo absurdo en que se había convertido aquella cama. Cerró los ojos y se dejó llevar hacia la oscuridad absoluta. Hacia el sinsentido. Hacia lo desconocido. Cuando la señora de la limpieza entró en el cuarto al sábado siguiente, y lo descubrió entre aquellas sábanas, apenas le quedaba un resto de vida. Su mirada enloquecida se perdía en la nada, sus labios se apretaban uno contra otro con tanta fuerza que toda su cara estaba manchada de sangre y su cuerpo parecía haberse reducido a la mitad. le gustaba meterse en la cama y sentir el peso de las mantas sobre su cuerpo. Siempre le había gustado. Siempre.