La luz del pasillo

07.05.2013 21:11

Por las noches siempre le pedía a su padre que dejara la luz del pasillo encendida. Sabía que no tenía mucho sentido porque se sabe de sobra que los monstruos siempre salen de los armarios o se esconden debajo de la cama y todo eso está dentro de la propia habitación, pero, de alguna curiosa manera, la rendija de luz que acertaba a divisar entre las sábanas y las mantas bajo las que dormía sepultada, tenía en ella un efecto tranquilizante. Una vez que conseguía dormirse no se enteraba de nada, pero el ratito que pasaba desde que papá se marchaba, una vez finalizado el cuento, y conseguía conciliar el sueño, era aterrador. Imaginaba formas misteriosas, siluetas que surgían de la oscuridad, ojos brillante que salían de la nada, y otro sin fin de desatinos que se habían convertido en habitantes habituales de sus peores pesadillas. La luz amarillenta del pasillo era su única aliada en ese universo terrorífico. Lo fue durante muchos años, y siempre cuidó de ella. Justo por eso, mucho tiempo más tarde, cuándo su hija le preguntaba porqué siempre le dejaba encendida la luz del pasillo después del beso de buenas noches, le decía: "No te preocupes, y duerme bien. Te dejo en las mejores manos".