La mano

07.05.2013 16:48

No sabía caminar hasta que la conoció. No es, en realidad, que sus piernas no respondieran correctamente a sus mandatos, no es que no le llevaran a los lugares que quería ir; es más bien que hasta que el momento en que se conocieron, él no quería ir a ningún sitio. No tenía ningún objetivo. Ella dio sentido a su camino y puso rumbo certero a su vida, a su destino. Fue ella y nadie más la que le ayudo a levantarse una y otra vez del suelo. Cada vez que caía, su mano estaba allí para impulsarle nuevamente hacia delante. Para, con delicadeza, recoger sus restos y reconstruirlos cuando se rompía su espíritu. Ella lo era todo para él hasta que, un buen día, decidió dejar de serlo. Un buen día su mano sencillamente dejó de estar cerca. Un buen día dejó de unir sus piezas. De sostener su espíritu. De reconstruirlo. Dejó de amarle. Un buen día se marchó y la vida siguió con el mismo poco sentido que había tenido hasta conocerla. No sabía caminar hasta el momento en que la vio. Y tal vez, hubiera sido mejor no haber aprendido a caminar nunca.