La mujer luminosa

23.09.2013 18:20

Siempre se sentía un poco ridícula en esa situación. No podía evitarlo. Cuando se veía frente al espejo, sentada en la silla, con las piernas juntas, una especie de capa negra al cuello, y todos los mechones de su cabello recogidos en alto, en pequeños trozos de papel aluminio... sentía un bochorno que iba en aumento cada vez que alguien entraba en la peluquería a hacerse unas mechas. Era consciente de que el resto de los clientes no estaban en un estado de gracia mucho mayor, con tintes en la cabeza, cera en el entrecejo, rulos o bigudies, pero aún así sentía una vergüenza irremediable que iba en aumento según se prolongaba el martirio. Era un mal necesario, pero un mal al fin y al cabo por el que las mujeres se veían obligadas a pasar. O al menos, en su caso ocurría así. De alguna manera se sentía indefensa, como Sansón cuando le cortaron su cabello... Al verse así, como un vulgar fantoche, se sentía como un vulgar fantoche. Débil. Frágil. Vulnerable. . Generalmente, la cosa se prolongaba un par de horas, y salía de allí reconciliada de nuevo con su imagen. Sin embargo, en aquella ocasión, las cosas se produjeron de otra manera. Debió sospechar que algo iba mal cuando se estaba mirado de reojo en el espejo, contemplando disimuladamente su curiosa corona de papel aluminio, y las luces del centro de estética se apagaron por completo. Por unos minutos la oscuridad fue total. La encargada del establecimiento se declaró incapaz de poner en marcha el generador de emergencia del que disponían. Poco a poco los ojos se fueron acostumbrando a la penunbra y unos y otros empezaron a vislumbrar algo. Fue entonces cuando ocurrió. Los mechones de aluminio de su cabeza se iluminaron de golpe, con una luz cegadora de reflejo azulado. Al principio, no comprendía nada, pero pronto, al ver los rostros del resto de las personas que se encontraban en la estancia, se dio cuenta de que la luz emanaba de ella. De su cabeza, de su pelo o de su interior. No podía saberlo porque ni siquiera entendía qué algo así pudiera ocurrir. Todos tenían sus ojos fijos en ella y de alguna manera, toda su vergüenza, su sentido del ridículo, su miedo a equivocarse y su terror a las risas ajenas, se evaporó. Toda su inseguridad salió de su interior, probablemente en forma de masa lumínica. O tal vez no. Tal vez se dio cuenta de que la fuerza, cualquiera que fuera, estaba en su interior. Al margen de las apariencias. En cualquier caso, no pudo pensar en nada más porque todo lo que había a su alrededor volvió a nublarse hasta oscurecerse por completo. Cuando abrió los ojos no recordaba nada. Todo el mundo le hacía preguntas de manera compulsiva, acuciante, acosadora. La sometieron a un auténtico interrogatorio, pero ella no se inmutó. Sólo dijo: me podéis lavar el pelo, tengo que irme. Le dio exactamente lo mismo que toda la ciudad murmurara a su paso. Le dio igual que le pusiera el mote de mujer bombilla. Que pensaran que era rara. Que era distinta. Nunca más volvió a sentirse insegura, y lo demás le daba igual.