La niña de las lágrimas

28.08.2013 18:31

Lloró tanto, tanto, tanto, que pensó que su cuerpo no podía albergar más líquido. Era increíble la cantidad de lágrimas que podían verter aquellos ojos verdes, tan jóvenes, con tantas cosas todavía por ver. ¡Es sólo un amorío hija, se te pasará!, le decía su madre. Y no es que no la creyera, no. Era su madre y era mayor y los mayores y las madres de esas cosas saben. Es que no podía parar de llorar. Todo le recordaba a aquello. Una hoja de papel, una canción, una chaqueta, los cereales del desayuno, y todo le hacía llorar. Por la mañana, por la tarde, por la noche; dormida y despierta. Lloraba en todo momento, durante días, durante semanas, durante meses. "Hija tienes que parar ya... ¡sólo tienes quince años!!! Conocerás mil chicos como él. Y ella volvía a llorar al recordar todas las veces que iba a su casa, y mientras lo escuchaba hablar sin parar de cosas absurdas, podía disfrutar a sus anchas mirando a su preciosa hermana mayor, una pelirroja de ojos castaños que siempre le dedicaba una sonrisa de oreja a oreja. "Cada día estás más guapa", le decía. Y ella, al acordarse volvía a llorar. Lloraba porque nunca volvería a verla, porque nunca se atrevería a decirle lo que sentía, ni a ella, ni a su madre, ni a su padre... Sus lágrimas rodaban por sus mejillas de manera tan vertiginosa que el agua salada formaba cataratas al resbalar por su rostro. Creo que soy la chica más triste del mundo, se dijo, y se tapó con una vieja manta de lana, no tanto para cubrirse como para no ver todo aquello que no le gustaba del mundo. Un fuerte timbrazo la despertó de un sueño pesado y plomizo, se levantó del sofá, arrastrando sus pies hacia la puerta, y al pasar delante del espejo se asustó al ver su propio reflejo: la cara ojerosa y llena de rojeces producidas por la propia humedad de sus lagrimas. Al abrir la puerta y ver su brillante melena rojiza lo primero que pensó es que seguía soñando. "¿Eso es por el bobo de mi hermano?", le preguntó con cara de susto al verla. Como pudo, negó con la cabeza. Un silencio ligero ocupó toda la estancia, esponjándose cómodamente en el ambiente. "¡Qué susto! Vístete y lávate la cara que te invito a tomar algo... venga!". Escaleras arriba, con una sonrisa de oreja pintada en la cara, iba pensando porqué, hasta hace apenas unos minutos, no podía dejar de llorar. "Pues sí que es verdad que las penas pasan antes de lo que parece. Su horizonte, de rizos rojizos ingobernables, le parecía más prometedor que nunca.